Domingo, 02 junio 2024
Fue dada por muerta tras un ataque brutal de tres hombres en el interior de un auto a fines de 2004 en Nairobi. Su fuerza de voluntad y su tenacidad la ayudaron a superar todos los malos trances que atravesó en su vida.
Terry Apudo era pastora evangélica en Nairobi, la capital de Kenia. Se iba a casar en la catedral de Todos los Santos. Alquiló un vestido de cola larga que esperaba presentar ante su futuro esposo y los emocionados familiares y amigos que se convocarían. La noche anterior a la boda se dio cuenta que tenía en su casa algunas vestimentas de su prometido, Harry Olwande, hasta su mismísima corbata, esa que habían elegido para que la luciera durante la ceremonia. Bueno, a no desesperar, se tranquilizó Terry. A la mañana siguiente, es decir el mismo día de su casamiento, se la haría llegar. La tradición mandaba que ella no debía ver a su novio antes de la ceremonia así que pasó esa noche junto con una amiga que al amanecer le llevaría la corbata a Harry.
Al alba, acompañó a su amiga hasta la parada de ómnibus, se dieron un beso y quedaron en encontrarse en la iglesia. Terry regresó caminando a su casa. Vio un auto destartalado y un hombre sentado sobre el capó. Estaba ya por pasarlo cuando ese hombre la agarró por la espalda y la empujó dentro del auto, en la parte de atrás. Había allí otros dos hombres. Le pusieron un trapo en la boca; ella luchaba para librarse y gritar. En un momento, logró separarse de ellos y les rugió: “¡Este es el día de mi boda!”. La respuesta fue un golpe en la cara y una advertencia: colaboraba y moriría. El auto se puso en marcha.
Los tres se turnaron para violarla
Ella se resistía con todas sus fuerzas pero pensaba que su resistencia sería inútil: al final la matarían. Sin embargo, no dejó de pelear. Cuando uno de los violadores le sacó la mordaza con el propósito de obligarla a realizar sexo oral, ella le mordió los genitales, entonces otro de los delincuentes le clavó un puñal en el costado y le dio otra puñalada que le interesó el útero. Fue demasiado para todos. Abrieron la puerta y le dieron empujones y patadas hasta sacarla fuera del auto. Desde que la capturaron, habían pasado más de seis horas.
Terry quedó tirada boca abajo en algún lugar de las afueras de Nairobi, a varios kilómetros de su casa. Estaba semidesnuda, completamente bañada en sangre, apuñalada y con la cara desfigurada por los golpes. Esa herida en el costado no paraba de sangrar. El tiempo no era algo en lo que pensara, al contrario. Es decir que no supo cuánto tiempo estuvo allí tirada. La conciencia se iba y volvía y nuevamente se iba. En algún momento, un nene se acercó y salió corriendo hacia su casa para avisarle a su abuela que había visto una mujer lastimada. La abuela se acercó y con otros vecinos auxiliaron a Terry, pero cuando llegó la policía no tenía ya pulso y la dieron por muerta. La envolvieron con una sábana y la llevaron a la morgue. Sin embargo, en el camino Terry tosió y se dieron cuenta de que aún estaba viva.
La boda que no fue
Al ver que no llegaba a la iglesia, sus padres tuvieron miedo de que le hubiese ocurrido alguna desgracia y enviaron a buscarla. La gente murmuraba: “¿Cambió de opinión?” o cosas como: “No, ella no es así. ¿Qué le habrá sucedido?”. El tiempo pasaba y debieron retirar el decorado y los ornamentos preparados y colocados para su boda para que pudiera celebrarse la siguiente ceremonia. A Harry, lo tuvieron en la sacristía, temblando y a punto de desmayarse.
En el pequeño pueblo, todos se interesaron por la mujer lastimada, que había muerto, pero que volvió a la vida. La policía cambió el camino de la morgue por el del hospital. Terry murmuró algunas palabras. Una enfermera se acercó para escuchar mejor. Ella repetía que ese era el día de su boda. Desde el mismo hospital, llamaron a todas las iglesias para hacer una simple pregunta: “¿Allí falta una novia?” Hasta que coincidieron con la iglesia de Todos los Santos. “Si, claro que nos falta. Había una boda programada para las diez de la mañana y la novia no apareció”, respondieron desde la catedral.
Los padres de Terry llegaron a toda prisa al hospital. También Harry, el futuro esposo, que llevaba en sus manos el vestido de novia de Terry. Los médicos no fueron muy cuidadosos que digamos para dar la información que debían transmitir a la familia. Con crudeza, les dijeron que una puñalada había dañado el útero de tal forma que Terry no podría tener hijos.
Le suministraron la píldora del día después y medicamentos antirretrovirales para protegerla del sida. Su familia estaba a su lado. Terry comenzó a negar lo que le había ocurrido mientras Harry repetía que quería casarse con ella. “La quiero cuidar, asegurarme de que se recupere en mis brazos, en nuestra casa”, exclamaba. Terry, sin embargo, no estaba en condición de decir sí o no ante el altar. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquellos hombres.
“El quería cuidarme… Le pedí perdón porque sentí que lo había decepcionado. Había gente que decía que era mi culpa por haber salido de casa aquella mañana. Fue muy doloroso, pero toda mi familia me apoyó”, aseguró Terry. La policía no pudo identificar a los violadores. Terry acudió a una rueda de reconocimiento pero no logró señalar a ninguno. Cada vez que ella tenía que repetir el procedimiento su sufrimiento aumentaba. “Al final, fui a la comisaría y les dije: ‘Esto se acabó, lo dejo aquí’”.
Tragedia sobre tragedia
90 días después de la violación, le dijeron que los exámenes de laboratorio habían dado positivo para HIV, aunque debía esperar otros tres meses para confirmarlo. Sin embargo, los novios comenzaron a planear otra vez la boda. De repente, una mujer la llamó por teléfono y le dijo que había leído su historia en los diarios y que quería ayudarla. Se llamaba Vip Ogolla. Tal era el entusiasmo de esta mujer que ella y sus amigas le ofrecieron a Terry hacerse cargo de todos los gastos de la boda.
En julio de 2005, siete meses después de la violación, Harry y Terry se casaron y se fueron de luna de miel. Parecía que las desgracias y la temida enfermedad habían salido de la vida de la pareja. En agosto de ese año, la noche era fría y Harry encendió una estufa de carbón y la llevó al dormitorio. Ya en la cama, su esposo le dijo que se sentía algo mareado. Ninguno podía dormir y sintieron mucho frío a pesar de la estufa. Terry le dijo a su marido que buscara una colcha más pero él le respondió que no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Entonces ella advirtió que también estaba muy débil. Los dos perdieron el conocimiento. Terry se recuperó y pronunció el nombre de su marido pero él no respondió. Ella se lanzó fuera de la cama y vomitó y pareció sentirse aliviada y con más fuerza. Se arrastró hasta el teléfono y llamó a su vecina.
Terry perdía el conocimiento y lo recobraba. Tardó mucho en abrirle la puerta a su amiga. Volvió a desmayarse. Se despertó en el hospital. Cuando preguntó por su marido le dijeron que lo estaba atendiendo pero cuando insistió sobre su estado de salud la respuesta fue que Harry no sobreviviría. Apenas había pasado un mes desde la boda y ahora debía volver a la iglesia pero vestida de negro para el funeral de su esposo.
Harry había muerto asfixiado. El monóxido de carbono, producto de la combustión del carbón de la estufa, lo había matado. Terry se salvó por poco y al dolor por la pérdida de su marido debió agregarle las habladurías que se tejieron en torno a ella. Había quienes decían que era una mujer que portaba una maldición. “Tiene el mal de ojo”, se escuchaba decir de Terry. Sufrió una profunda crisis. Pensaba que había sido abandonada por todo el mundo hasta por Dios.
Cuando Terry conoció a Tonny
Terry no hacía nada en todo el día y la depresión la hundía cada vez más en una casa silenciosa y de cortinas cerradas.
Solo una persona iba casi todos los días a visitarla, a pesar de que ella se había resistido a recibirlo al inicio. Se trataba de Tonny Gobanga, un conocido que con el tiempo logró mantener una conversación con ella, la instaba a hablar de su marido y de los buenos momentos que habían pasado juntos. No era un hombre que conociera toda la historia de Terry, pero creía que esa mujer no podía sepultarse en vida. Cierta vez Gobanga estuvo tres días sin ir a visitarla. Ella se enojó, pero también se dio cuenta que se había enamorado de Tonny. Cuando él finalmente le propuso matrimonio, ella le respondió que comprara una revista que contara su historia, que la leyera y que después de conocer todos los detalles decidiera si mantenía la propuesta de casamiento.
Tonny regresó con la firme idea de casarse con ella. Terry, entonces, le comunicó que a causa del daño que le habían hecho los violadores no podía tener hijos y que por eso no podía casarse con él. Tonny la miró y le dijo: “Los hijos son un regalo de Dios. Si conseguimos tenerlos, amén. Si no, tendré más tiempo para amarte”.
No obstante, apareció otro obstáculo. Cuando Tonny le contó a su papá que iba a casarse con Terry, este se opuso. Le dijo que era una mujer que estaba maldita y que no podía casarse. Si insistía, su padre no iría a la ceremonia.
Los preparativos siguieron adelante a pesar de todo, y tres años después de su primera boda, Terry estaba otra vez en el altar delante de ochocientas personas que habían asistido solamente para ver su renacimiento, ahora como Terry Gobanga.
En 2009, Terry fue a la consulta con un médico porque no se sentía bien. El diagnóstico fue que estaba embarazada y que debía hacer reposo absoluto. Los peligros de aquella puñalada seguían latentes, aunque nada pudo impedir que naciera su hija, Tehille, ni que cuatro años después naciera su segunda hija, Towdah. Fue entonces cuando su suegro se amigó con ella y la supuesta maldición que portaba se desvaneció.