Sábado, 7 de diciembre de 2024
Gioia Riveros tiene 24 años y, en febrero de 2024, se instaló en Pavão Pavãozinho Cantagalo: la favela ubicada entre Ipanema y Copacabana. En charla con Infobae cuenta cómo son sus días en Brasil, de qué trabaja, y rompe con algunos prejuicios. “Por vivir en un asentamiento muchos te tildan de ladrón o traficante de droga. Eso existe, no voy a negarlo, pero también hay toda otra parte de calidez humana sobre la que nadie te cuenta”, dice
Cuando murió su abuela materna, en 2023, Gioia Riveros hizo un “clic”. “Empecé a cuestionarme mi forma de vivir la vida. Pensé en mí y en lo que quería para mi futuro y entendí que tenía que hacer un cambio”, cuenta la joven de 24 años a Infobae. Oriunda del barrio porteño Presidente Mitre, Saavedra, Gioia estudió en la Escuela Técnica Raggio de la que egresó en 2018. Desde entonces, cuenta, se dedicó a trabajar: fue desde niñera hasta empleada administrativa. También tuvo un emprendimiento de etiquetas y envoltorios para golosinas y tomó un curso para ser masajista profesional. “Sentía que tenía todo, pero no era feliz”, resume Gioia que, en febrero pasado, pegó un volantazo y se mudó a una favela en Río de Janeiro.
No lo meditó demasiado. La convenció una amiga suya, Salomé, que vive de manera itinerante en Brasil hace más de una década. “Venite. Acá vas a tener casa y trabajo”, le dijo. Con el visto bueno de sus padres, Gioia se ocupó de juntar dinero: vendió parte de su ropa y hasta organizó sorteos. Se fue con 600 reales, un bolso de mano y sin saber una palabra de portugués. Tampoco estaba familiarizada con Pavão Pavãozinho Cantagalo (PPG): la favela ubicada entre Ipanema y Copacabana, donde iba a vivir. “Sabía lo que sabe todo el mundo: que es peligroso. Pero me animé porque confié en mi amiga. Yo sola, no sé si lo hubiera hecho”, dice.
A PPG llegó en Uber. Salomé la recibió y la guió hasta el departamento que compartirían. “Empezamos a subir escaleras y, en el camino, ella me fue presentando a los vecinos. Me sorprendió la cantidad de personas que había. Todos hablaban a los gritos y en portugués, yo no entendía nada”, cuenta Gioia acerca de sus impresiones iniciales de la favela. Lo primero que hizo ese día fue ir a la playa: “Queda, literalmente, a tres cuadras. Es un lujo”. El contacto con el agua la conectó de manera inmediata con su abuela Mirta. “Nosotras siempre fuimos muy unidas. Nuestro sueño era hacer un viaje juntas. Lo habíamos hablado, pero nunca pudimos concretarlo. Ella amaba el mar”, relata.
Empezar de cero
Ya instalada en la favela, Gioia empezó a construir su nueva vida de a poco. A la convivencia, explica, se sumó Canela, otra amiga argentina que también estaba en Brasil. “Acá es fácil conseguir una casa porque no te piden más que un adelanto. En PPG los alquileres cuestan entre 1000 y 2000 reales, dependiendo si los departamentos están más o menos equipados. Nosotras pagamos 800 reales entre las tres (NdR: aprox. 135 mil pesos) porque el nuestro tiene poco mobiliario y una sola ventana”, cuenta Gioia sobre la unidad con dos habitaciones, baño, cocina y living en la que se instaló.
“No sé si el departamento es hermoso, pero nunca sentí que no podía estar ahí. Y eso que muchas veces aparecían ratas o se juntaba basura en los pasillos. De hecho, nuestros vecinos vendían comida y arrancaban a cocinar desde las 7 de la mañana con la música a todo volumen. Entre el olor y el ruido, al principio me costó; pero bueno, me entregué a la experiencia y decidí aceptarla tal como era”, detalla.
Para sostenerse, Gioia se dedicó a la venta ambulante en la playa. Empezó ofreciendo caipiriñas en un carrito prestado. “Las preparaba yo misma. Pero, como no tomo alcohol, las hacía sin probarlas. Fueron un éxito”, cuenta entre risas. “Trabajaba de seis de la tarde a dos de la mañana. En un día normal podía llevarme entre 100 y 150 reales, que es lo que necesitás para cubrir tus gastos. Si era una noche más movida, entre 200 y 300″, agrega. Tiempo después, la argentina cambió los tragos por vestidos. “Arrancaba cerca de las diez de la mañana y cortaba tipo cuatro de la tarde. A diferencia del carrito, que estaba quieto, acá caminaba por la playa para que me vieran”, explica.
Vivir en una favela
Hace unos meses, Gioia compartió un video suyo en PPG. “Una argentina viviendo en una favela. Acá no existen ni las zapatillas ni las medias”, se la escucha decir mientras camina en ojotas con un termo y un mate en la mano. La secuencia, que encabeza esta nota, se viralizó rápidamente en TikTok y generó cierta polémica. “Mirá si me voy a ir a vivir a una favela”, le comentó uno. “Es lo mismo que vivir en la 1.11.14, pero como es Brasil suena más cool”, se sumó otro. Gioia respondió a las críticas con un posteo en su cuenta de Instagram. “Te pueden vender la favela como lo más peligroso que existe (que también lo es para quien no respete) pero esta experiencia, no me la quita nadie”, escribió.
Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en los últimos doce años la población en las favelas brasileñas creció un 43,4 %. En la actualidad, de acuerdo con una revisión del Censo 2022, Brasil tiene 12.348 favelas. La más populosa, con 72.021 personas censadas, es la Rocinha, una famosa barriada que se desperdiga por un cerro ubicado entre São Conrado y Gávea, dos de los barrios más acaudalados de Río de Janeiro.
Acerca de PPG, un artículo del diario O Globo Río del año 2017, relata que, en la década de 1960, la comunidad vivió su primera gran tragedia cuando una enorme piedra se desprendió de la colina. No solo destruyó varias casas, sino que se cobró la vida de unos cuantos residentes. Este desastre marcó un hito en la historia de la favela, que, aunque tuvo mejoras urbanas en los años 70, como como conseguir suministro de agua y electricidad, enfrentó otro hecho devastador en 1983. Ese año, el colapso de un tanque de agua antiguo causó derrumbes y más pérdidas humanas.
—¿Cómo es PPG?
—Enorme. Tiene desde una asociación de moradores, hasta clínicas, escuelas, y talleres de boxeo y Jiu-jitsu para niños. También hay almacenes, kioscos, gimnasios, peluquerías y locales de ropa y comida. De hecho, entre estos últimos, hay una fábrica de empanadas argentinas que muchos compran para después vender en la playa. Acá viven del turismo y la mayoría se dedica a la venta ambulante. También alquilan reposeras y sombrillas en la playa. A diferencia de otras favelas, PPG tiene dos ascensores (NdR: se instalaron en 2010. Transportan al Mirante da Paz, un punto emblemático que simboliza las aspiraciones de integración de la favela con la ciudad). Como estamos en un piso 15, podemos usarlos de lunes a viernes, pero los fines de semana no están disponibles. Esos días pagamos un “mototaxi”, que te sube y baja por el morro porque es superempinado. Te cobran seis reales para subir y dos para bajar. Aunque parece poco, no todos pueden costearlo. Muchas veces veo gente mayor subiendo las escaleras con un bastón.
—¿Alguna vez viviste una situación de inseguridad?
—Yo no. Pero a una de mis amigas le robaron a una cadena de oro. Lo anecdótico es que fue afuera de la favela. PPG tiene códigos. Vos dejás la ropa colgada y no te la roban. Si llegara a pasar, le contás al responsable y alguien te va a ayudar a recuperarla. Como cualquier lugar, este tiene sus reglas y hay que respetarlas. Hay sectores a los que aconsejan no acercarse y otros donde no está permitido filmar ni sacar fotos. Siento que por vivir acá te tildan de ladrón o traficante de droga. “Si entrás te van a matar”, te dicen. Como en todos lados, hay gente que roba o vende droga. Eso existe, no lo voy a negar, pero también hay toda otra parte de calidez humana que nadie muestra. Las personas son amables, te reciben con una sonrisa y quieren saber de vos. En lo personal, acá me sentí muy segura y cuidada.
—¿Podrías describir un día de tu vida?
—Lo primero que hago cuando me levanto es salir a comprar pan. Acá las panaderías te venden pan con café y es lo que desayuna todo el mundo. En mi caso, prefiero el mate cocido. Compro el pan, desayuno y me preparo para ir a la playa. Hasta las 16 estoy vendiendo y después pego la vuelta. Desde que llegué, la idea siempre fue armar una rutina para el post playa, pero costó porque acá todos los días son diferentes. A veces se hacen ruedas de samba y voy. Otros días hago ejercicio, otros me quedo en casa.
Un balance
A diez meses de su llegada a Río, Gioia dirá que la experiencia la hizo crecer más en términos personales que económicos. “Yo me fui un poco deprimida de Argentina y estar en PPG me cambió la cabeza y la energía. Acá me hice un montón de amigos brasileros que me devolvieron la alegría. Ellos siempre están bailando y de buen humor. Tienen un don para ver la parte llena del vaso”, dice la joven que, por estos días, está de visita en Argentina.
“Vine a resolver unos temas de salud y a pasar las fiestas con mi familia. Pero el plan es volver porque soy muy feliz allá”, señala. Hace una pausa y se despide: “Antes, yo sentía que mi vida era aburrida y no le interesaba a nadie. Ahora soy la argentina que vive en una favela y me encanta mostrar cómo vivo y qué hago”.+