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Los secretos de los “niños cantores” que usaron una bolilla e hicieron una estafa millonaria

Nov 30, 2023

Jueves, 30 noviembre 2023

El hecho conmocionó a la opinión pública. Los jóvenes que debían anunciar las bolillas sorteadas se complotaron para ser los ganadores. El número que saldría se anunció en el diario Crítica el día anterior.

Caminaban por Rivadavia hacia el Café de los Angelitos, en la esquina de Rincón. Eran seis muchachos. En el grupo de amigos, había uno más que no pudo concurrir a la reunión cumbre. El ausente se llamaba Francisco Mañana y se había ido a su casa. Era el más chico de todos, aún no había cumplido 18 años, y su mamá lo tenía cortito.

“No importa, después te contamos”, le dijo Navas cuando esa tarde habían salido de la Lotería. “Igual, si vos nunca estás, estás Mañana, jajaja…”. Mañana le pegó un empujón.

Un asunto de suma importancia

Aquella fría tarde de fines de junio fueron al café a discutir un asunto de suma importancia. La idea de la reunión había sido de Miguel Ángel Navas y de Nicolás Praino. La propuesta consistía en hacerse ricos por obra de un chanchullo con los números grabados en las bolillas que manejaban con tanta destreza.

Los "niños" que amañaron el sorteo.
Los «niños» que amañaron el sorteo.

El café no estaba colmado, así que pudieron elegir la mesa que más les gustaba. Escucharon la palabra “Ortiz”. Y no era para menos; el presidente de la Nación, Roberto Ortiz, estaba a punto de renunciar a su cargo por enfermedad, ya completamente ciego a causa de la diabetes. “¡Nos vamos a la mierda!”, dijo un señor que hablaba pestes del catamarqueño Ramón Castillo, el vicepresidente que se haría cargo del país. “¡A ver si nos manda a la guerra!”, comentaba su compañero de mesa, agregando: “Ramona es capaz de todo” (Ramón S. Castillo se llamaba Ramón Antonio Castillo y su firma era un problema: “Ramón A. Castillo” sonaba a “Ramona Castillo”; por eso, la A. se transformó en S.).

Los amigos trabajaban en diversos oficios y, además, lo hacían en la Lotería solo para realizar los sorteos, es decir que cobraban por reunión. Con las propinas sumaban algún peso más; era costumbre que si entre el público que concurría a presenciar los sorteos salía un ganador, los chicos recibían unos pesos por haberle traído buena suerte. Les quedaba, además, como otra especie de retribución extra, la satisfacción de verse retratados en los diarios y en las revistas como los muchachos que traían la fortuna, acaso un incentivo para una tarea mal paga. Eran, en fin, los “niños cantores”. No había un gran misterio detrás de esa expresión, que nada tenía que ver con la música, sino simplemente con vocear los números y los premios.

Los niños cantores no tenían nada de niños

Sin embargo, sí era un misterio que le dijeran “niños”, pues de niños no tenían nada. La mayoría de ellos rondaba los 18 años. Los había hasta de 20. Cuando alcanzaban esta edad, algunos elegían seguir como empleados administrativos de la Lotería, siempre y cuando tuviesen un político oficialista que los bancara o un funcionario público que diera referencias. Mientras, hacían de niños cantores.

Allí, en el Café de los Angelitos, estaban seis de los diecinueve Niños Cantores que tenía la Lotería de Beneficencia. Los que no habían ido, salvo Mañana, era porque Navas y Praino intuían que no aceptarían la propuesta y que, incluso, los delatarían. Estaban en el café los que mejor se llevaban. Navas les dijo que en las charlas que tenía con don Sabino Lancelotti, un compañero suyo de la tornería, surgió la idea de fabricar una bolilla de madera, sin número ni premio. La llamada bolilla “blanca”.

“Miren”, siguió Navas, mirando hacia los lados, “nosotros vamos a poner el número y el premio; y si ponemos el número y el premio, la plata es toda nuestra. Lo que tenemos que hacer es comprar el entero y listo. Y, además, le jugamos las tres cifras a la quiniela y ya está. Vamos a hacer un sorteo para nosotros, no para los demás, a ver si nos paramos de una vez.

– Entramos nada más que nosotros, ¿no?– preguntó Laddaga.

– Sí, y Mañana. Y el tornero amigo de este– respondió Praino.

– Bueno, pero pensemos cómo lo vamos a hacer. Lancelotti, entonces, nos fabrica la bolilla de madera, sin numerar ni nada –recapituló Navas–. Tenemos que darle las medidas justas. Piensen una cosa: todo el asunto está en agarrar una bolilla de la caja donde van las bolillas con los números de los billetes, y ese número, el que agarremos, es el que hacemos ganar. Nos compramos todos los billetes y ¡paf!

–¿Y qué número?– preguntó Laddaga.

–Bueno, hagamos una cosa. ¿77? ¿Eh? Qué les parece, las piernas de mujer…. Bueno, bueno –se apuró Praino antes de que lo corrigieran–, o las muletas. Probamos el 77 y vemos. Pensemos también en otro número.

Navas, tímido, apuntó, entonces:

–Yo digo el 25 porque me gusta el puchero de gallina.

Todos rieron.

–Bueno, jajaja… Si ganamos con el 77 probamos con el 25, pero a la gallina le ponemos el primer premio.

La “seguridad” de las bolillas

En la Lotería de Beneficencia, las bolillas se guardaban en cajas que estaban en la llamada “oficina de bolillas”. No había ningún empleado designado para su custodia o su transporte. Los días de sorteo llevaban las cajas hasta un vestíbulo de la planta baja, situado a la derecha del globo mayor, donde después se colocaban las bolillas con los números de los billetes. El traslado lo hacía cualquier ordenanza, siempre por la mañana temprano, y allí las cajas se quedaban muchas horas, sin vigilancia.

Los secretos de los “niños cantores” que usaron una bolilla e hicieron una estafa millonaria

Ninguna de las cajas tenía llave, no estaban precintadas, no tenían tapa con ajuste, sino una tapa de madera sin calzar, a pesar de que el reglamento de la Lotería decía que debían tener una tapa de cristal. Menos aún tenían cierre y seguro. Las cajas quedaban en ese lugar hasta cerca de las 10.00, cuando llegaba el escribano Frigoni. En cambio, no sucedía lo mismo con las cajas que contenían las bolillas de los premios, que sí tenían tapas de vidrio, precintos de plomo y cerradura con llave en poder del propio Frigoni. Las cajas con las bolillas de los premios se abrían en presencia del público, eran contadas una por una y se controlaban sus inscripciones, es decir, que las cifras se vieran claramente, especialmente las bolillas de los premios mayores. Además, eran echadas en un cajón donde un empleado las revolvía con una paleta. En otras palabras, los Niños Cantores podían robar la bolilla con el número del billete pero no podían hacer lo mismo con la del premio. ¿Entonces?

La paciencia era la virtud que los haría millonarios. Debían esperar que durante el sorteo saliera la bolilla con el premio que se quisieran llevar, entonces escamotearla y cantar un premio menor. El plan tenía varias etapas: conseguir una bolilla de madera sin ninguna inscripción que utilizarían en el tablero donde se ponían los números que iban saliendo; robar la bolilla real con el número que harían ganar; esperar que saliera la bolilla con el premio que se quisieran llevar y esconderla.

El 15 de julio murió Roberto Ortiz y Ramón A. Castillo lo sucedió en la presidencia. Los ocho Niños Cantores volvieron a reunirse en el Café de los Angelitos. Ya tenían la bolilla sin inscripción confeccionada por Sabino Lancelotti, según las medidas que le había pasado Navas. Harían el primer intento en la jugada del viernes 24 de julio. El número elegido fue el 25.977, que combinaba la gallina (25) con las piernas de mujer o las muletas (77). Decidieron no ganar el primer premio. Irían de a poco. Prefirieron asignarle el cuarto premio de 5.000 pesos. Al mismo tiempo, jugarían a la quiniela ilegal las tres cifras, 977. No había posibilidad alguna de perder.

-Ojo. No se hagan los otarios y anden batiendo por ahí. La familia de cada uno y basta. No hay que abrir la boca– sentenció Navas.

Las piernas, las muletas y la gallina

El viernes 24 de julio de 1942, los alemanes estaban a punto ocupar la ciudad rusa de Rostov y cercaban Stalingrado. En la jugada de la Lotería de Beneficencia de Buenos Aires salió, nomás, el 25.977. Nadie se dio cuenta de que el número y el premio habían sido puestos con la mano por los Niños Cantores. Ahora irían por el premio mayor. Habían ganado 5.000 pesos y no fue más que un cuarto premio. La próxima sería el primero. Decidieron que sería la del 4 de septiembre. ¿El número elegido? El 31.025 con un premio de 300.000 pesos.

Los secretos de los “niños cantores” que usaron una bolilla e hicieron una estafa millonaria

Nunca se pudo saber quién fue ni si fue uno solo (lo que era improbable) el que anticipó, “de buena fuente”, que la grande del 4 de septiembre sería para el 31.025. Acaso los familiares de los Niños Cantores, los amigos de estos o los amigos de los amigos… La voz cubrió la Argentina y el día del sorteo casi todo el mundo sabía que iba a salir “la gallina”.

Hasta el diario Crítica anticipó el número entero, con todas sus cifras. El 31.025 se llevará la grande, decía el periódico. Los capitalistas de la quiniela recibieron una enorme cantidad de apuestas al 025, y muchas eran por grandes sumas de dinero. En la Capital Federal, el billete desapareció muy rápido en manos de los Cantores y sus familiares. Hubo quienes viajaron a Tucumán y a Santa Fe en busca de un entero salvador. El país se encolumnó detrás de la gallina de los huevos de oro.

El viernes 4 de septiembre, llegaron cerca de las 09.30 a la Lotería. Los ocho complotados, que incluían al capataz Tambone, se encargaron de licenciar a nueve muchachos y armaron las ternas según su conveniencia. En efecto, los Niños Cantores del sorteo eran tres, y se iban turnando. Como era costumbre, las cajas con las bolillas de los números a sortear estaban en el vestíbulo cercano al bolillero mayor, sin vigilancia. Tambone se acercó a la caja, sacó la bolilla 31.025 y puso en su lugar la bolilla “blanca” o sin número que había confeccionado Lancelotti. El escribano Frigoni no advirtió que faltaba ese número. Las bolillas con los números de los billetes ingresaron en el globo mayor y en el más pequeño aquellas con los premios.

Los dos globos funcionaban eléctricamente y cada uno era atendido por un Niño Cantor. Otro se ubicaba en el centro de los dos globos y recogía las bolillas que le entregaban sus compañeros, tanto el que recibía los números del billete como el que recogía la bolilla con el premio. Ahora debían esperar que saliera el premio de 300.000 pesos.

El globo chico era atendido por Francisco Mañana, el menor del grupo de confabulados. Después de casi una hora de sorteo, finalmente salió la bolilla con los 300.000 pesos de la grande. Mañana la tomó en su mano derecha y cantó, inmutable, un premio común de 100 pesos. Navas estaba en el centro de los dos bolilleros recogiendo números y premios. Cuando tomó la bolilla que le entregó Mañana vio que se trataba de la de 300.000 y no una de 100 pesos. Entonces la puso en el tablero pero con el número (300.000) hacia abajo. Nunca se sabrá cual fue el verdadero ganador de ese sorteo, porque Navas jamás lo contó. Pero en ese momento, con rapidez, le hizo una disimulada seña a López para que fuera a relevarlo. A la vista del público, todo se desenvolvía con normalidad. Nadie los controlaba.

Los niños prestidigitadores

López comenzó a acercarse a Navas. Este apenas se movió para retirarse y, con gran destreza, realizó un movimiento disimulado, casi de prestidigitador, y tomó la bolilla de 300.000 pesos justo en el momento en que López pasaba delante de él y lo cubría con el cuerpo. Pareció un movimiento natural. Al mismo tiempo, Mañana “corrió” una bolilla de 100 pesos del globo chico y se movió hasta López para entregársela. Con la bolilla de 100 pesos López cubrió el claro que había quedado en el tablero cuando Navas se robó la de 300.000. Nadie vio nada extraño, ni el escribano ni el público.

Los secretos de los “niños cantores” que usaron una bolilla e hicieron una estafa millonaria

Ahora, los Niños tenían en su poder las dos bolillas, la del número que habría de ganar y la del premio que le correspondería. El sorteo siguió sin novedades, monótono como siempre. Habían completado el tablero 12 con números y premios, y comenzaban con el tablero 13. En ese breve descanso, Navas le pasó la bolilla de 300.000 pesos a Praino y López le dio a Navas la bolilla con el número 31.025. Ahora Navas llevaba la bolilla con el 31.025 empalmada en su mano izquierda y se colocó para atender el bolillero grande de los números. Praino, por su parte, tenía la bolilla de los 300.000 en su mano derecha y su posición era en el bolillero chico de donde salían los premios. En el medio se colocó López, que recogería las bolillas de Praino y de Navas. El último acto estaba por comenzar.

Apenas se movieron los bolilleros, Navas y Praino estiraron sus manos para recibir las primeras bolillas. En cada una tenían escondidas las bolillas robadas. Navas fue el primero en cantar, como correspondía.

–¡Treinta y un mil veinticinco!

Praino acopló el canto del premio.

–¡Trescientos miiiiiiil pesos!

El fraude estaba cumplido

López recibió las dos bolillas y las puso en el candelabro donde se exhibían los premios grandes para que el público pudiera controlarlos. Se alzó el murmullo típico de los momentos culminantes. El escribano Frigoni se acercó y corroboró la veracidad del canto. Lo repitió y, de esa manera, protocolizó el sorteo.

“El 025, número anticipado ayer, salió con la grande”, fue el increíble titular, con tipografía catástrofe, del diario Crítica del día siguiente. Y seguía: “Un nuevo caso, tan sorprendente como los anteriores, se ha producido hoy en el sorteo de la Lotería Nacional. Desde anoche, se hablaba de que la grande terminaría en 025. A tal punto llegó el anuncio que los levantadores de quinielas resolvieron defenderse y no tomar jugadas al 025. Algunos pocos lo hicieron”.

Los secretos de los “niños cantores” que usaron una bolilla e hicieron una estafa millonaria

Mientras, los Niños Cantores pensaban en una jugada con un premio mayor de seis millones de pesos. Pero no comprarían todos los billetes, como habían hecho con el 31.025, sino la mitad, para que tres millones fueran al público y no se despertaran sospechas. El 025 había dado mucho que hablar

“Debe ser usted el único que no le ha acertado al 025″, le dijo un colaborador a Agustín Rodríguez Araya cuando entró al Congreso el lunes 7 de septiembre. Rodríguez Araya era un diputado radical por Santa Fe e integraba la Comisión investigadora del funcionamiento de la Lotería Nacional.

Las sospechas

En relación con el asunto de la grande del viernes 4 de septiembre, Rodríguez Araya se hizo una simple pregunta. ¿Cómo era posible que los chicos cantaran el número que esperaba todo el mundo? ¿Coincidencia? Averiguó sobre un intento de comprar un entero en Santa Fe, su provincia, y el fin de semana se fue para allá. Desde una semana antes, los santafesinos sabían que iba a salir el 31.025. Era una trampa, una trampa que no habría podido realizarse sin la participación de los Niños Cantores.

Desde Rosario, Rodríguez Araya tomó la inusual decisión de ordenar el arresto de todos ellos, de los 19. Mientras el diputado volvía a Buenos Aires, los Niños fueron llevados al Congreso. Ubicaron a 17 de los 19 y a todos los interrogaron. El martes 8 de septiembre, el círculo de sospechosos se había reducido a siete. Todos se declararon inocentes. O se formalizaba la acusación o debían ser liberados.

A los miembros de la Comisión Investigadora, se les ocurrió intentar una estratagema. Dejaron a los siete Niños Cantores en una sala del Congreso con los policías que los custodiaban. Los muchachos se morían de miedo. No hablaban; apenas se cruzaban algunas miradas. De repente, Rodríguez Araya entró en la habitación, llamó a Francisco Mañana. Los demás no sabían qué estaba ocurriendo. ¿Por qué se lo llevaron a Mañana?

A solas con el muchacho, Rodríguez Araya jugó una carta.

–Praino y Navas estaban en la terna que atendía el sorteo cuando salió el 31.035, ¿no?

…–dijo Mañana muy despacio.

–Bueno, de acá te vas a la Seccional. Praino y Navas confesaron.

La caída

Mañana se quedó helado. No dijo nada, solo se miraba los zapatos. Rodríguez Araya le había mentido. El muchacho, no obstante, no se derrumbó.

El legislador lo dejó solo con sus pensamientos y se fue nuevamente a la sala donde estaban los demás Cantores. Entró sin apuro y se dirigió directamente a los policías.

–Llévenlos nomás al Departamento de Policía. Mañana ha confesado.

Los Niños abrieron los ojos y murmuraron entre ellos. No podían creerlo. Todos se pusieron pálidos, menos Navas, que tenía la cara roja de furia. Ninguno dijo nada. Rodríguez Araya salió y los policías hicieron que los Cantores formaran una fila india para trasladarlos al Departamento. Un agente se acercó a Navas, el más inquieto.

Antes de llegar al Departamento de Policía, el caso estaba aclarado. A las tarde del martes 8, todos los involucrados se declararon culpables. Lancelotti, el tornero que había preparado la bolilla blanca, también fue detenido. Rodríguez Araya realizó un acto sin precedentes: por primera vez, un legislador firmó órdenes de allanamiento. En los domicilios de los Cantores, se recuperaron 190.000 pesos.

La jugada del 4 de septiembre de 1942 fue anulada. Rodríguez Araya escribió un libro titulado Mientras los niños cantan, que trata de las maniobras ilegales detectadas en la Lotería. Francisco Mañana fue entregado a sus padres. Los demás fueron, primero a Devoto y, después, a Caseros a cumplir condenas de tres años y medio, como Praino, y de cuatro años, como Navas. El caso gratificó el espíritu de los artistas, que montaron un espectáculo de género alegre en el teatro Ba–Ta–Clan, de la calle 25 de Mayo. Participaron la vedette Thelma Carló y los cómicos Jesús Gómez y Vicente Climent. La obra se llamó: “Los Niños Cantores del… 25″.

Por Fabian