Martes, 11 octubre 2022
San Luis fue por primera vez sede de un Encuentro que cambió su nombre y que se enfrenta a nuevos desafíos en términos de profundizar los espacios de debate sobre las diversidades identitarias y las luchas contra el extractivismo. La próxima sede será Bariloche, donde las multinacionales persiguen a los pueblos originarios
Desde 1986 los feminismos de Argentina se reúnen una vez por año, de forma autogestiva y autónoma, en diferentes puntos del país. Son tres días de puesta en común de las agendas más diversas de cada territorio. La forma del encuentro es en sí novedosa para la democracia argentina: en los talleres temáticos (este año hubo 105), la palabra circula horizontalmente y la experiencia entre las viejas y viejes encuentreres halla un espejo en quienes viajan por primera vez. El crecimiento del movimiento de mujeres, trans, travestis, lesbianas, bisexuales, intersexuales y no binaries amplía los temas y las urgencias por tratar y se encarnan en un relato construido colectivamente. Al final de cada taller, las conclusiones funcionan como una brújula para seguir trabajando en lo que resta del año.
San Luis fue sede por primera vez de esta instancia que es una marca registrada en nuestro país y que fue cuna, ni más ni menos, de movimientos como la lucha por el derecho al aborto, legal, seguro y grauito. El Encuentro puntano fue una bisagra por varios aspectos. Fue el primero tras dos años de pandemia, algo que se repite maniqueamente pero que implica pérdidas, compañeras que ya no están, dolores que se manifestaron en abrazos, en ceremonias de sanación, en la puesta en palabra como potencia política para pensar un hoy que nos salve de la precarización de la vida. Muchas, muches de nosotros perdimos a seres queridos en la emergencia sanitaria más grave que se recuerde. En ese marco, el cuerpo -dolorido, cansado, angustiado- toma una dimensión afectiva que nos convoca a seguir movilizadas.
El 35° encuentro estuvo signado por la falta, por el duelo, por el grito común que espera que la niña Guadalupe Lucero o que Tehuel de la Torre (desaparecides en 2021) vuelvan de una vez por todas a sus casas, porque vives se los llevaron y vives los queremos. En esa expresión de deseo la interpelación es al Estado: ¿Dónde está Guadalupe? ¿Dónde está Tehuel? Pero sobre todo: ¿dónde está quien debe garantizar derechos cada vez que nos falta una niña, una piba o un pibe trans?
En el acto de apertura, Yamila Cialone -mamá de Guadalupe, de seis años- expresó: “Aprovecho que hoy somos miles para pedirles que continúen con su búsqueda”. El sábado, con un grito que resonó en la Plaza Pringles del centro de la ciudad, Norma, la mamá del joven trans Tehuel de la Torre preguntó a los presentes, al Estado, a quién sea quien sea que lo haya visto: “¿Dónde está Tehuel?”
Una vez más, el feminismo hereda las experiencias de otras mujeres, las del pañuelo blanco que socializaron su maternidad y su búsqueda para dar con el paradero de sus hijos e hijas. El uso de los pañuelos como distintivo de lucha también es una resignificación de aquellos pañales blancos que eligieron para identificarse las Madres de la Plaza.
Defensoras tras las rejas
Es sábado al mediodía y la tranquilidad de la capital puntana, con sus casas bajas y sus caminos angostos y florecidos de primavera, se ve alterada. Hay un movimiento social que canta consignas, mujeres y travestis que caminan en grupo por el medio de la calle, con megáfonos en sus manos y con los pañuelos verdes, naranjas y violetas atados a sus mochilas. Buscan en un mapa el taller en el que quieren participar, se ponen de acuerdo. Hace instantes terminó el acto de apertura y dos consignas trazan la agenda del fin de semana. Porque al Encuentro no llegamos todas.
Luciana Jaramillo, Débora Daniela Vera, Andrea Despo Cañuqueo, Florencia Melo, Celeste Genumil, Romina Rosas y la Machi Betiana Colhuan Nahuel son defensoras del territorio en el que viven ancestralmente ante el avance del extractivismo. El miércoles 5 de octubre fueron apresadas por la Policía Federal ante un intento de desalojo de la comunidad Lafken Winkul Mapu en la zona de Villa Mascardi, Río Negro. Una de ellas está embarazada de 40 semanas y espera a parir rodeada de policías. Otra de ellas es la machi Betiana Colhuan Nahuel, una autoridad religiosa clave para la comunidad. Mirta Curhuinca, del Pueblo Mapuche, le comenta a El Ciudadano: “Hace más de cien años que nuestro pueblo no tenía una autoridad espiritual y ella cumple un rol muy importante como sanadora”. Y agrega: “Vivimos una represión como pueblo porque estamos defendiendo el agua y la cordillera, no solo para nosotros sino para todas las personas y las generaciones venideras”. Entre las banderas de organizaciones feministas y partidarias, las mujeres originarias reclaman la libertad de sus hermanas, de sus lamgen. Mientras transcurre el Encuentro no hay ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación: Elizabeth Gómez Alcorta presentó su renuncia el viernes 6 por los hechos ocurridos en Río Negro.
Si no fuera por las rejas que las separan de la libertad, las siete defensoras estarían levantando sus banderas en San Luis, con el viento norte sobre sus caras y acuerpadas con sus hermanas. Pero están en un calabozo en Bariloche. Esa es una de las faltas sobre la que se cimenta el encuentro. Las presas políticas de la disputa al Grupo Benetton -el mayor terrateniente de Argentina con e 844.200 hectáreas de tierra en las provincias de Buenos Aires, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz- reavivan la conciencia colectiva entre el cuerpo y el territorio. Porque si fue a través de los encuentros que empezamos a pensar colectivamente en la necesidad de una ley que reconozca la autonomía de las personas gestantes, hoy hay semillas de resistencia frente al modelo capitalista que expulsa a las poblaciones del paisaje que habitan, el lugar donde anida su cultura y su proyecto del buen vivir.
¿Por qué esto es clave para la agenda feminista? Porque son precisamente las mujeres quienes cumplen un rol de defensa de la espiritualidad de los pueblos originarios. Esa forma de ver el mundo no está escindida del territorio. La tierra cálida bajo los pies, los espejos de agua que limpian y refrescan y el viento que se lleva los dolores son, para el ojo del capital, recursos para el negocio. En definitiva se trata de eso: del negocio o de la supervivencia. La violencia ejercida sobre las mujeres de Mascardi se repite en otras provincias del país, con las quemas de los humedales, con la intoxicación de pueblos enteros por el avance de la soja o el maíz transgénico en la zona núcleo o por los monocultivos de pinos para la industria papelera que arrasa con la biodiversidad en provincias como Misiones.
Encontrarse, para las mujeres y disidencias, es cargar las mochilas con dolores y experiencias de lucha. Si Ni Una Menos pudo poner sobre la mesa que nos estaban matando, los encuentros sirven para poner en común que no se milita solamente a la hora de la efeméride. En cada Encuentro, nuestras vivencias y resistencias se vuelven abrazos anónimos. Quizás ese sea el mejor efecto de la masividad, porque no importa quién tenés al lado para darle la mano y nutrirte de fuerza. Para pactar placer y goce, como se dijo a viva voz en la Asamblea de Feministas del Abya Yala que se celebró el domingo al mediodía en la Plaza Pringles, epicentro cultural de la cita en San Luis.
En esa asamblea rezamos al sol, a la luna, al viento, al mar. Llenamos nuestros cuerpos de la savia de la naturaleza y, en silencio pero desde la profundidad de las entrañas, nos hermanamos con quienes resisten en cada espacio del país a las topadoras y a los químicos del agronegocio. Queda claro, entre los lirios blancos y rojos que nos repartimos unas a otras, que la organización es nuestra fuerza.
Mientras arden los humedales, la especulación inmobiliaria avanza sobre territorios sagrados y los medios de comunicación hegemónicos insisten en repetir discursos racistas sobre los pueblos originarios, se vuelve una necesidad de supervivencia que nuestros cuerpos individuales tomen una plaza y se conviertan en una red colectiva fortalecida para seguir dando pelea.
Quizás estos dos días maratónicos hayan sido la simiente de estrategias regionales para moldear nuevas lecturas y estrategias para pelear por los bienes comunes. Porque algo es claro: ya no hay más tiempo. Sabemos que los procesos sociales no se dan de un día para el otro, pero así fue con cada conquista que el movimiento de mujeres y LGBT se dio en los últimos años: la legalización del aborto, la vibilización de las múltiples formas de violencia que se sufren por ser mujer, torta o trava o que los femicidios dejen de ser llamados crímenes pasionales. Todo eso, que vimos explotar más de una vez en forma de marea, comenzó de manera emergente y se fue consolidando encuentro a encuentro.
Mientras tanto, algo tenemos claro: este fin de semana no estuvieron las siete machi presas que defienden con su cuerpo los territorios saqueados por varones blancos y millonarios ante un Estado cada vez más miope. Y es sobre sus cuerpos puérperos o gestantes que la violencia policial ejerció el disciplinamiento como un mensaje para el resto del Pueblo Mapuche y para el resto de las defensoras.
Ya no podés vivir en la indiferencia
No es la primera vez que travestis y trans participan de un Encuentro. El cambio de nombre apuntó a visibilizarlo. Hace poco más de un mes en la ciudad de Santa Fe mataron, en un transfemicidio y un crimen de odio a una imprescindible: Alejandra Ironici. Su ausencia duele. Su nombre resonó más de una vez en los parlantes, porque -como se dijo en la plaza- la memoria no es un privilegio de los varones cisgénero. ¿Cuántas más van a arrancar de este cuerpo colectivo que es el feminismo/transfeminismo para que la sociedad deje de mirar pasar la historia por la ventana? ¿Cuándo caerá la ficha de que el discurso de odio es el primer peldaño de una escalera que termina en el fascismo hambreador que va contra todos nuestros derechos?
Hubo marchas en contra de los femicidios en varios encuentros previos, pero la del sábado 8, mientras el sol se perdía entre los cerros, tuvo una gran masividad. Hubo bandera blanca, rosada, celeste y la insoportable sensación de que ya no es admisible que un importante sector de la sociedad tenga 35 años de esperanza de vida. En esa movilización, de varias cuadras, se buscó precisamente eso: gritarle a los señores y a las señoras que se están matando a las travestis en la cara de la gente. Y que esas travestis no son artículos de descarte. Carla Morales Ríos, de Salta, afirmó: “Todavía nos siguen matando, por eso es importante esta marcha. Me dijeron que hay varias cuadras. Es importante que nos acompañen, en lo personal como persona trans creo que si pueden entender un poquito lo que vivimos, vamos a poder cambiar el mundo”. María José Campos, de Santa Fe, agregó “Es importante encontrarnos después de la pandemia y seguir luchando por nuestras causas”.
En medio del debate sobre el cambio de nombre del Encuentro, poder nombrar lo que no existe es un gran paso. Pero aún queda mucho por hacer. Stephan Zambrano, de la Asociación Varones Trans de Santa Fe, expresó, sobre su vivencia en San Luis: “Esperamos que el transfeminismo habilite espacios seguros para poder expresarnos como varones trans, porque también pertenecemos a la diversidad sexual. Queremos que no se nos invalide el discurso porque se nos considera parte del patriarcado siendo que fuimos criados buena parte de nuestras vidas como mujeres y seguimos viviendo esas violencias”.
Camino a Río Negro
Desde la Comisión Organizadora de San Luis, Zayra Rojas manifestó a El Ciudadano que el cambio de nombre del Encuentro, definido en La Plata en 2019, era una necesidad “para no seguir siendo invisibilizadas”. Al respecto, confirmó la continuidad del encuentro en esta línea. “Es necesario mostrar las identidades y la precariedad que estamos viviendo”. A su vez ponderó los dos años de trabajo colectivo que llevó la organización, con reuniones virtuales en plena pandemia.
En el mediodía del domingo, por el tradicional aplausómetro, se definió que la próxima sede será Río Negro. También se habían postulado Córdoba o la ciudad de Buenos Aires. Si bien quedan procesos por seguir trabajando al interior de la organización de los Encuentros, como el fortalecimiento de la palabra de los varones trans, la descolonización del pensamiento colonial ante la comisión indígena o la profundización del diálogo intergeneracional, la elección de la próxima sede es un paso en ese sentido.
Bariloche ya fue sede del Encuentro en 2011. Y allá volveremos. En el lugar donde las tierras se disputan con una violencia que golpea los cuerpos feminizados, plantaremos bandera y seguiremos aprendiendo juntas y juntes -como siempre se ha hecho- cómo dar continuidad a los procesos políticos de lucha ante el avance del fascismo y del capitalismo extractivista.