Sábado, 18 de Enero 2025
Los avances en ciencia revelan cómo el entorno y el estilo de vida pueden alterar la expresión de los genes, transformando la predisposición a las enfermedades cardiovasculares
El Dr. Martín Lombardero es médico cardiologo con más de 30 años de trayectoria. Cursó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires y se formó como cardiólogo en el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA). Es autor del libro “El Corazón es Consciente”, Interconsultor en Imagen Cardíaca y miembro titular de la Sociedad Argentina de Cardiología.
Desde el día que nuestros padres nos cedieron 23 cromosomas, pasamos a tener 23 pares de cromosomas, es decir, 46 en total, en una única célula que fue la madre de todas las células de nuestro cuerpo.
De los 23 pares de cromosomas heredados, 22 pares son somáticos, contienen la información para desarrollar y reproducir todas las células de nuestro cuerpo; y dos son sexuales, el par 23, que nos da los caracteres sexuales (XX en mujeres y XY en varones). Tenemos alrededor de 20.000 genes en cada una de nuestras células distribuidos en los 46 cromosomas, que tienen la información para elaborar las proteínas que darán vida a cada órgano de nuestro cuerpo.
Imaginen que cada uno de los 46 cromosomas tiene en promedio unos 500 genes, como si fueran chips de memoria con información ancestral. Cada gen es una secuencia de ADN con un manual de instrucciones que determinará la estructura y función de cada proteína. Somos la información que nos cedieron nuestros padres, con las instrucciones para hacer los diferentes órganos de nuestro cuerpo. De esa primera célula, se irán duplicando hasta llegar a tener alrededor de 15 billones de células, cada una con sus 20.000 genes y la misma información que la primera célula madre.
Entonces, para comprender el rol que tiene el ADN, debemos entender que es un manual de instrucciones para armar las bases de más de 100.000 proteínas necesarias para la estructura, función, regulación y reproducción de nuestro cuerpo.
Las proteínas, las moléculas más importantes del cuerpo, se fabrican por la combinación de tan solo 20 aminoácidos, de los cuales 11 producimos y 9 adquirimos en la dieta. Estos 20 aminoácidos forman estructuras tridimensionales únicas para cada proteína. Por ejemplo, estas proteínas pueden enlazarse como un engranaje de un reloj para formar estructuras contráctiles en las células musculares que generan tejido muscular.
Entendamos este concepto: con 20.000 genes y 20 tipos de aminoácidos combinables, se forman más de 100.000 proteínas. ¡Toda una maravilla! Aunque quizás, no tan valorada por el modelo de ego-sapiens actual.
Hablemos de genética: un gen es una secuencia de ADN. La genética estudia los genes que heredamos de nuestros padres y que no cambian durante nuestra existencia (aunque puede haber mutaciones). Ese manual de instrucciones que trae cada gen para hacer una proteína, viene en la mayoría de los casos sin alteraciones. Pero algunas veces, una de las páginas de ese manual viene con una alteración heredada, suficiente para desarrollar una enfermedad de herencia directa. Estas son las enfermedades autosómicas dominantes. En enfermedades cardiovasculares, estas representan entre el 1% y el 5% de los casos, como la Miocardiopatía Hipertrófica, el Síndrome de Marfan, y la Hipercolesterolemia Familiar.
En el caso de malformaciones congénitas del corazón, estas no son por un gen heredado, sino por mutaciones espontáneas en un gen determinado durante el desarrollo del corazón.
La mayoría de las personas muere por enfermedades cardiovasculares como infarto o ACV, sin que haya un gen específico y único a quien culpar. Hoy sabemos que estas enfermedades son multicausales y multifactoriales, asociadas a varios genes pero sin herencia directa.
La epigenética estudia los mecanismos que hacen que un gen se exprese de diferentes maneras, sin alterar la secuencia del ADN. Esto depende del entorno, el medio ambiente y factores externos. ¡Y estos procesos son cambiantes y reversibles!
Un concepto clave de la epigenética es la importancia de rodear a los genes de un ambiente químico y sanguíneo lo menos tóxico posible para que los genes se expresen de la mejor manera. La epigenética regula y edita la información que trae el gen para armar proteínas, influenciada por factores externos.
Comparemos nuestro cuerpo con la construcción de una casa. Las proteínas son los ladrillos sobre los cuales se edifican nuestros órganos. El manual de instrucciones para construirlas está en el ADN, pero alguien debe leerlo, copiarlo e interpretarlo. Aquí interviene la familia ARN, que lleva las instrucciones hasta las fábricas de proteínas en el citoplasma.
Dos contradicciones destacan en la epigenética. La primera es que podemos fabricar más de 100.000 proteínas con tan solo 20.000 genes, gracias a los mecanismos de edición y postprocesado de la epigenética. La segunda es que el gusano Caenorhabditis Elegans tiene también 20.000 genes, pero con menos de 1000 células. Lo que nos diferencia no es la cantidad de genes, sino la complejidad de la edición y postprocesamiento.
La forma en que se expresa un gen está influenciada por el medio ambiente externo (contaminación, radiación) e interno (química de la sangre). Estímulos tóxicos como el estrés crónico, tabaquismo, o inflamación de bajo grado pueden cambiar cómo se manifiesta un gen sin cambiar su estructura. ¡Esto es epigenética en estado puro!
Un estudio español que analizó a 55.685 participantes destacó que una asociación de genes desfavorables puede aumentar el riesgo de infarto, pero adoptar un estilo de vida sano reduce esta posibilidad significativamente.
Se han identificado al menos 55 loci genéticos (lugares específicos de un gen) relacionados con la enfermedad coronaria, asociados con el metabolismo de las grasas, la presión alta y la inflamación. Sin embargo, estos genes no determinan de manera directa la enfermedad, y los cambios epigenéticos pueden mitigarlos.
Enfermedades cardiovasculares, genética y epigenética: solo en una minoría de los casos podemos culpar a un gen heredado directamente. La mayoría de los casos dependen de nosotros y de los hábitos de vida.
En síntesis:
- Si Ud. hereda un gen autosómico dominante que está relacionado con una enfermedad del corazón, va a hacer la enfermedad en algún momento de su vida, porque la herencia es directa. Pero esto ocurre en una gran minoría de las enfermedades cardiovasculares y de las enfermedades en general. Sin embargo, habrá muchas herramientas para trabajar para que pueda transitarla de la mejor manera posible. Es decir, también con la epigenética se pueden frenar las manifestaciones del gen heredado en forma directa. ¡A no desesperarse que hay mucho por hacer!
- Si Ud. hereda una combinación de genes asociados a la enfermedad coronaria, sepa que no son causales directos, pero que podrían ser un terreno predisponente, aunque no necesario, para desencadenar un infarto. Como es el caso de los “antecedentes heredofamiliares de la enfermedad coronaria”, que actúan como un arma guardada y muy bien escondida. Y nosotros, con un desfavorable estilo de vida y sin cuidarnos, apretamos el gatillo.
- Sin genes directos ni genes asociados, pero con malos hábitos (estrés, sedentarismo, sobrepeso, tabaquismo…) podemos crear un gatillo y encima apretarlo. ¿Por culpa de la epigenética? No, por culpa nuestra.
¿Cuáles son las claves “epigenéticas” para desviar el camino que nos pueda llevar a un evento cardiovascular, con o sin genes indirectos asociados?
Las resumimos en 5, dependen de nosotros y todas con respaldo científico:
1-Ejercicio aeróbico y de fuerza.
2-Nutrición consciente y saludable (como la dieta mediterránea).
3-No autoagredirnos: evitar tabaquismo, consumo excesivo de alcohol y descansar adecuadamente.
4-Gobernar el estrés mediante técnicas como mindfulness o yoga.
5-Consultar periódicamente al médico.
Estamos vivos gracias a la epigenética. La permanente adaptación al entorno nos ha hecho sobrevivir. Pero la cultura actual y por ende el medio ambiente que rodea nuestras células, tiende a la toxicidad.
Depende de nosotros que nos afecte lo menos posible. Deberíamos saber que somos partícipes de nuestro propio destino. Y en ese sentido, la epigenética está por encima de la genética.