Lunes, 014 abril 2024
Interna ardiente por la figura de Martín Lousteau en la UCR. Los Macri al poder en el PRO con proyecto nacional. El PJ, entre el final de Cristina y la incapacidad de Sergio Massa.
La crisis de partidos que generó el golpe a Fernando De la Rúa está más vigente que nunca. El PJ estallado internamente con Cristina Kirchner en lenta salida, busca cobijo sin suerte todavía. La UCR, Unión Civica Radical, padece el síndrome de estocolmo y no descarta volver a ser la rémora del PJ como muchas otras veces. El PRO quedó desdibujado y parte de una estructura que lo cobija y lo incomoda por igual. Todos los partidos atraviesan un estado de anomia interna sin precedentes, donde el raquitismo de liderazgo generó un ejército de coroneles de pólvora mojada, envalentonando hasta el más torpe de los soldados. Es transversal.
Mauricio Macri sabe que su creación está herida de gravedad, no muerta, pero en quirófano y con respirador. Días de zozobra en el partido que fundó hace veinte años y que pasó de gobernar la Argentina a ser una habitación dentro del hotel liberal, donde la versatilidad llega incluso al candidato a presidente de Cristina Kirchner, Daniel Scioli. Macri está más activo que nunca, pero esencialmente en el poder de veto que le queda para dirigentes que fueron incumplidores seriales y ahora quieren subirse al tren de la victoria. Quiso Diego Santilli entrar al Gabinete instalando la idea, desactivado instantáneamente por el propio Macri. «No le tenía confianza antes de perder, imaginate ahora que arma para Javier Milei en Buenos Aires», definen cerca de Macri.
El primer objetivo de Macri está cumplido con cucarda especial por lograr prácticamente aniquilar los restos de horacismo para dar paso a la siguiente batalla del PRO: volver a ser un espacio de centro derecha, de alcance nacional, liderado por una persona con chances de ganar una elección presidencial. Jorge Macri es ahora el hombre de territorialidad y juega concatenado con su primo, con el desafío de retomar el caos en el que se sumió la Ciudad desde la campaña presidencial de Horacio Rodríguez Larreta. El PRO busca dar por terminado su desdibujada etapa para volver a ser sinónimo de gestión y transparencia, eso que le dio votos durante quince años.
Se inauguró entonces el «nolavenismo» en el Gobierno, en referencia a los sectores que siguen sin poder digerir la derrota de Sergio Massa. Luis Toto Caputo felicitó en X al empresario que bajó precios, creen que es el leading case que necesitaban para explicar que no hubo, ni hay, ni habrá una crisis política o económica en la Argentina que permita overshooting de nuevo. Lo deberán entender los empresarios que siguen conspirando con razón contra un gobierno que tiene aprobación del 55% a pesar del ajuste, con mayor aprobación en los sectores pobres, otrora carne de cañón para salir a las calles. No va a pasar.
Política. Guillermo Francos, quien ordena la política dentro del gabinete, resiste embestidas diarias.
Volver a la gestión
La Ciudad heredó un caos del propio PRO de Rodríguez Larreta que describen con precisión en el gabinete de Jorge Macri. «No tengo un minuto para hacer política, lo único que hago es apagar incendios, todo es un quilombo, nombramientos, contrataciones, es un delirio». El ministro exige con lógica anonimato, pero es quien representa el sentir de buena parte del equipo de Gobierno. La pesada herencia también podía ser amarilla al final. El espacio público y la seguridad serán los dos ejes de Macri para recuperar la firmeza y la gestión, hoy al desnudo por el desembarco del dengue. Tal es así, que en la plaza de Facultad de Derecho, en el exclusivo barrio de Recoleta, nunca el pasto estuvo tan alto y las avenidas tan sucias. Mejor no pensar en Soldati o Mataderos.
El PRO entonces recuperará su liderazgo según el objetivo de mostrar gestión y evitar transmitir desgaste de la marca. Incluso hay mal pensados que creen que el propio Martin Lousteau busca acercarse a Leandro Santoro, incómodo dentro del peronismo porteño. Emiliano Yacobitti lo desmintió en diálogo con MDZ, pero es esa la versión. Sería prudente para el PRO y su rearmado estar más atento a posteos de redes sociales que puedan herir susceptibilidades o rememorar costumbres noventistas. Las corbatas de Lastiri, siempre vigentes.
Ni CFK ni Massa ni Alberto
La crisis del Peronismo no tiene precedentes, hasta Martín Insaurralde se anima a volver a los mitines con la ambulancia que le permita recuperar protagonismo en los heridos por las urnas. Las esquirlas de su pornográfica actividad privada están aún vigentes en la sociedad, pero no en la política, donde los viajes en barco y las malas compañías son viejas conocidas. Sergio Massa quiere volver a ser la opción, pero por ahora la pregnancia es baja, sabe que Cristina Kirchner no permitirá que vuelva a tener el protagonismo que supo tener.
En Buenos Aires es Axel Kicillof quien manda, pero sin dar un paso por fuera de la órbita cristinista. El Conurbano todavía busca cicatrizar traiciones, por ejemplo en La Matanza, donde Patricia «Colo» Cubría quiso opacar la figura de Fernando Espinoza. Hay quienes dicen que habrá controles muy rigurosos para las cooperativas de Emilio Pérsico, podrán ser entonces los Peronistas más casta del país, los matanceros, quienes colaboren con la causa liberal de cazar corrupción en Desarrollo Social en tiempos de Victoria Tolosa Paz. La ex ministra de Alberto Fernández tuvo varios roles no conocidos, más allá de su gestión social. Incluso la apodaron «la amadama» sin dar explicaciones.
Martin Llaryora se reunió con Sergio Massa y es consciente de su posibilidad de encarnar el Peronismo federal del interior. No tiene el rechazo del riojano Ricardo Quintela, es anti kirchnerista por antonomasia y sabe que es el año que viene el momento para mostrar los dientes. Hay un detalle que nadie le escapa: la popularidad de Javier Milei está intacta, roza el 50% a pesar del histórico ajuste. No habrá diatribas ni rebeliones contra un Gobierno con adhesión.
Sabe el cordobés que es parte de lo que viene, y más aún sabe el tigrense que lo más importante para él es sostener la excelente relación con la Justicia. No existe carrera política con asedio judicial, lo sabe Cristina Kirchner mejor que nadie, y lo empieza a entender Alberto Fernández, al compás de las revelaciones de un entramado de mínima dotado de una opacidad impensada en un Presidente que se aseguraba ético y austero como nunca antes un primer mandatario. Los problemas de subir la vara, siempre la caída duele más.
Esa rémora llamada UCR
El fracaso en el radicalismo se escribe «Leopoldo Moreau». Es el peor resultado en 132 años del partido, cuando el candidato obtuvo a nivel nacional un 2.34 junto al misionero Mario Losada. Logró Moreau lo que nadie, ni la dictadura había logrado, enterró al radicalismo en una crisis profunda que sólo le encontró la vuelta sumándose a la fórmula kirchnerista de 2007 junto a Cristina, Cobos y vos. Como todo en el mundo de Cristina Kirchner, el amor borgeano mutó a odio y con Martín Lousteau volaron por el aire el gabinete y la relación con la UCR por diez años más.
Ahora la UCR se debate internamente. El rechazo a la figura de Martín Lousteau es evidente, pero no por haber sido ministro de Cristina Kirchner ni funcionario de Felipe Solá, sino por haber rechazado una postura que la mayoría de los gobernadores apoyaban. La postura en el Senado lo dejó offside al ex ministro, que fue derrotado dos veces en CABA por Jorge Macri que ahora se debate entre su salida o la oposición contundente a un Gobierno con alta adhesión popular, un desafío.
La UCR ve en Maxi Abad la posibilidad de nuevos problemas, el caso Chocolate Rigaud salpicó fuerte a distintos sectores productivos, que ven en ese síntoma la posibilidad de perder mucho más a futuro. El radicalismo buscará entonces renovarse en CABA de la mano de Martín Ocampo, hombre fuerte del binguero Daniel Angelici. La exigencia del interior para evitar una ruptura es imperiosa, la resistencia a Lousteau se agiganta y mientras la aprobación oficial se sostenga, será una pelea contra un fantasma, donde las piñas estériles sólo generarán cansancio radical para un partido que colecciona derrotas cada vez más seguido.