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La arriesgada vida de Adolfo «el falsificador» Kaminsky, un argentino que salvó a miles de judíos del Holocausto

Ene 10, 2023

Martes, 10 enero 2023

Nació en la Argentina y emigró a Francia. Durante la ocupación nazi elaboró salvoconductos falsos y evitó que ciudadanos judíos terminaran en campos de concentración.

«Los cálculos son fáciles: en una hora, hago treinta documentos falsos. Si duermo una hora, treinta personas morirán», se repitió durante años, Adolfo Kaminsky, el fotógrafo argentino que vivió en la Francia ocupada por los nazis y ayudó a salvarle la vida a miles de judíos durante el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial.

Este verdadero héroe de la resistencia murió a los 97 años. Su hija, Sarah, fue la encargada de dar a conocer la noticia al mundo.

Su hija Sarah, la encargada de revelar la heroica historia de Adolfo Kaminsky (Foto: Gentileza NYT)

Su hija Sarah, la encargada de revelar la heroica historia de Adolfo Kaminsky (Foto: Gentileza NYT)

El «falsificador» que salvó a miles de personas de la muerte segura

Kaminsky nació el 1° de octubre de 1925 en Buenos Aires. Era judío y su familia emigró a Francia cuando tenía 17 años. Fue en el año 1942 y los nazis dominaban a ese país desde junio de 1940. Los judíos pasaron a ser parte de la ominosa «solución final» ideada por Adolf Hitler.

Pero los conocimientos químicos de Kaminsky y su habilidad con todo lo relacionado con la elaboración de documentos, le permitió cumplir con una tarea propia de un héroe: se dedicó a realizar todo tipo de documentos que le permitieran a las personas perseguidas poder dejar Francia y, sobre todo, evitar terminar en una cámara de gas en los campos de concentración nazis.

Trabajó de muy joven en una tintorería. Allí se familiarizó con los procesos químicos para teñir prendas o quitar manchas.

Al mimos tiempo, tenía una gran habilidad para dibujar, escribir y elaborar todo tipo de papeles o documentos. No sabía que esos conocimientos, poco después, lo ayudarían a salvar miles de vidas. Pero faltaba un episodio límite que lo decidiría para su gran labor humanitaria.

Los judíos en la Francia ocupada por los nazis (Foto: Captura de TV)

Los judíos en la Francia ocupada por los nazis (Foto: Captura de TV)

El camino a los campos de exterminio

En Francia, su familia, por ser judía, fue detenida y enviada a Drancy. Un centro que tenía una sola función: enviar a los judíos franceses a los campos de concentración nazis. Auschwitz era el destino final para una muerte segura. Pero invocando su origen argentino, logró que el cónsul lograra que fuera liberado. Así salvó su vida milagrosamente y comprendió que tenía que hacer algo para salvar a cuantos pudiera.

Fue contactado por la resistencia francesa, que lo proveyeron de una falsa documentación personal. Les reveló sus habilidades con los químicos y la manipulación de documentos. La resistencia lo adoptó para que cumpliera ese papel vital: proveer de identidades falsas a personas que de otra manera estaban condenadas a morir en un campo de exterminio.

Drancy, antesala para los judíos franceses hacia el destino final en Auschwitz (Foto: Captura de TV)

Drancy, antesala para los judíos franceses hacia el destino final en Auschwitz (Foto: Captura de TV)

Una hora de trabajo, 30 vidas salvadas

Para ocultar su verdadera misión, Kaminsky trabajaba en un taller artístico, con pintura y la fotografía. Era el «camuflaje perfecto» para que nadie sospechara por los químicos y demás elementos que usaba para fraguar identidades falsas como salvoconductos.

Kaminsky hacía todo lo que fuera necesario. Podía borrar el sello de «judío» que los nazis colocaban en los pasaportes, documentos o libretas de raciones. Así las personas no eran discriminadas y no recibían raciones de comida miserables para sobrevivir.

También cambiaba los datos de las personas. Confeccionaba pasaportes con datos falsos que ocultaban que su portador era judío. Así podía salir de Francia hacia Suiza u otros países en los que su vida no corriera peligro.

Pero debía trabajar a un ritmo frenético. En 1 hora era capaz de elaborar 30 «salvoconductos» (pasaportes o lo que hiciera falta). Por eso no se permitía descansar: «Una hora de sueño, son 30 vidas condenadas«, se repetía.

Kaminsky elaboraba todo tipo de salvoconductos falsos para evitar que los judíos terminaran en los campos de extermino nazi (Foto: Captura de TV)

Kaminsky elaboraba todo tipo de salvoconductos falsos para evitar que los judíos terminaran en los campos de extermino nazi (Foto: Captura de TV)

Toda una vida marcada por su compromiso humanitario

Kaminsky celebró el final de la II Guerra Mundial y la caída de los nazis. Pero no se detuvo en su lucha por salvar vidas en peligro. Consagró su saber y su habilidad para esa tarea encomiable.

Se transformó en una suerte de «trotamundos» porque ayudó a huir y salvar sus vidas a personas en varios conflictos en la segunda mitad del siglo XX.

  • A los militantes del Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia en lucha contra el gobierno francés.
  • Españoles amenazados por la dictadura de Franco.
  • Portugueses y griegos en la época de los gobiernos dictatoriales en ambos países.
  • Africanos de Guinea Bissau y Angola, perseguidos por la dominación portuguesa.
  • Venezolanos, chilenos, uruguayos, peruanos y argentinos, entre otros, que corrieron riesgos por las dictaduras latinoamericanas.
  • Documentación falsa para norteamericanos que querían evitar ir a la guerra de Vietnam.
  • Kaminsky aprendió a borrar a la perfección el sello Kaminsky aprendió a borrar a la perfección el sello «judío» que los nazis aplicaban en la Francia ocupada para discriminar y maltratar a miles de personas que luego serían deportadas a campos de concentración (Foto: Gentileza NYT)

La obra del «falsificador»

Su hija Sarah lo acompañó hasta el final de sus días. Ella le contó al mundo la hazaña de su padre en un libro llamado: «Adolfo Kaminsky, el Falsificador» (la increíble historia del hombre que salvó 3.000 vidas durante la ocupación Nazi en París).

«El Falsificador», el libro de Sarah Kaminsky sobre la vida de su padre (Foto: Captura de TV)

En sus años finales, Adolfo repetía una frase que guío todos sus actos: «Los hombres son todos iguales y esta definición no puede ser solo un enunciado. Tiene que ser verdad».

Por Fabian