Viernes, 8 de Noviembre 2024
“Sigo en el proceso de entender cómo es la vida sin el tenis”
Fue hace seis años, en agosto de 2018. Juan Martín del Potro había ascendido al número 3, la mejor posición de su vida. Entró en la web de la ATP y buscó el ranking. Tomó birome y papel, empezó a anotar minuciosamente, a hacer cuentas. Delante suyo aparecían Roger Federer y Rafael Nadal, quienes tenían el desafío de defender una nutrida cantidad de puntos en pocos meses. Proyectó junto con su equipo, conjeturó, se envalentonó.
Soñó. De muy chico, en Tandil, había tenido dos anhelos: ganar el US Open y ser número 1. El primero lo había logrado, en 2009. El segundo, al fin, después de superar tantos disgustos por las cirugías de muñeca, lo veía factible para unos meses más tarde, luego de Australia 2019. Por ello, después de haber llegado a la final del Abierto estadounidense de 2018 (perdió con Novak Djokovic), viajó convencido a la gira asiática. Fue al otro lado del mundo a buscar valiosos puntos que lo acercaran a la cima. Pero, otra vez, lo sofocó la desgracia. El fatídico 11 de octubre de 2018, mientras competía en los octavos de final de Shanghai, trastabilló y se fracturó la rótula derecha. Desde ese momento volvió a jugar sólo trece partidos (doce en 2019, uno en 2022). La lesión, inusual en el tenis, terminó con su carrera; bajó el telón abruptamente sin prepararlo para el día después. Del Potro (22 títulos y 13 finales, una Copa Davis, doble medallista olímpico) fue el tenista argentino más importante de la historia después de Guillermo Vilas. Pero de sus 16 años como profesional, en casi cinco y medio estuvo sin poder jugar por las operaciones, en diversos períodos entre 2010 y 2021. Demasiada tortura. Su última función oficial, el 8 de febrero de 2022, por la primera ronda del ATP de Buenos Aires (derrota contra su amigo Federico Delbonis por 6-1 y 6-3), fue melancólica. Después de derramar lágrimas sobre el polvo de ladrillo del Buenos Aires Lawn Tennis Club, se corrió del foco y no se resignó al retiro, siguió buscando tratamientos. Pero interiormente, y pese a que en público no lo confirmaba, sabía que se trataba del final. “No aguanto más el dolor, pero el tenis no lo voy a cerrar, lo quiero dejar abierto. Después, el tiempo y la vida dirán cómo termina”, le dijo a periodistas en septiembre de 2022, en Nueva York, dando una pista, durante una de sus pocas apariciones públicas.
Aquella noche de verano en el BALTC, Del Potro se mostró muy vulnerable. Hoy, con 36 años, su prioridad sigue siendo hallar la “calidad de vida”, pero su vínculo con el tenis fue tan efervescente que no quiso que su última imagen en un court fuera así de dolorosa. Quiso tener un partido más en Buenos Aires, un “Último desafío”, como bautizó la exhibición del próximo 1 de diciembre en el Parque Roca ante Djokovic, nada menos. “Yo quería ser número uno. Y sentía que podía serlo. Pero me rompí la rodilla. Me quedó siempre esa… esa espinita de que bueno, no sé, también en la vida por algo pasó lo que pasó y fue un aprendizaje. Pero, después, cumplí por demás las expectativas que tenía con el tenis y para mí fue un honor haber hecho mi carrera al lado de Novak, de Rafa, de Roger, de Wawrinka, de Murray, de Ferrer. Me voy a dormir tranquilo diciendo: ‘Ya estoy, ¿qué más le puedo pedir al tenis?’”, expresa hoy Del Potro, otra vez ante periodistas, ahora en un hotel porteño. Viste de negro y zapatillas plateadas, con los cordones sin atar. Por allí está la raqueta, su martillo. Es mediodía y viene de entrenarse. Tiene ganas de conversar. Su imagen colgando la vincha en la red del BALTC, tras perder con Delbonis, fue simbólica: el final de su película profesional no fue como esperaba. Del Potro se crió en una casa de la calle Rubén Darío, en el barrio de Falucho 1, zona de clase media. El juego de preguntas y respuestas se abre con un viaje largo: ¿Qué le hubiera dicho aquel chico que jugaba al fútbol y al tenis en Independiente de Tandil, hijo de una docente (Patricia) y de un veterinario (Daniel), a ese adulto que a los 33 años se despidió de esa manera? –La foto colgando la vincha define mucho lo que fue mi carrera, mi historia. Fue como haber dejado parte de mi cuerpo, de lo que siempre usé en cada batalla del tenis dentro del campo de guerra. Ese niño le puede decir: ‘Gracias por semejante viaje, por las experiencias, por vivir tantas cosas lindas, por aprender de las cosas feas, por haber transitado momentos difíciles, angustiantes. Creo que ese niño está contento de lo que soy hoy como adulto.
–Se suelen atesorar con cariño los primeros viajes y partidos. ¿Cómo fueron aquellos días recorriendo el país con un Volkswagen Polo de tu papá que echaba humo negro, en los que no sobraba el dinero y tomabas agua de la canilla en los restaurantes porque no podías comprar gaseosa? –Es que, en ese momento, la vida dura tal vez la padecen los padres, que lo dan todo para que su hijo pueda ir a jugar un torneíto provincial o nacional, por tener un par de zapatillas o la raqueta encordada para ir a competir y uno no tiene noción del esfuerzo que hay detrás. Obviamente que me acuerdo. Iba de Tandil a Mendoza en catorce o quince horas de auto. Iba a Neuquén, a Corrientes, Chaco… recorría la Argentina en ese auto. Parábamos en Olavarría, en Coronel Suárez, íbamos sumando más tenistas, hacíamos un viaje eterno. En ese momento podía ser divertido por la inconsciencia de ser tan chicos, pero después tomás noción de todo el esfuerzo que se hace para ser tenista profesional o tener una carrera de alto nivel. Eso queda. Te hace una coraza, te sentís indestructible. Creo que un poco se perdió en la actualidad. Si hoy a un chico de 14 o 15 años le decís: ‘Andate en auto a competir, sin señal de teléfono’, te responde: ‘Prefiero quedarme a jugar a la PlayStation’. Después, el resultado final está a la vista: de cómo se trabajaba antes y con la actualidad. –¿Es muy distinta esta generación? –La veo totalmente diferente. Con sus cosas para mejor, con tecnología y avances que ayudan al crecimiento, pero es importante encontrar el equilibrio. La vieja escuela, volver a las raíces, a la formación como deportista y persona en base al esfuerzo, a la dedicación, al respeto… sumando los toques que te da la actualidad, con la tecnología, la alimentación, la suplementación, el descanso… un montón de cosas que antes eran más a los golpes, en el camino y probando. –Aquel chico de Tandil se sentó en la mesa de las glorias del deporte argentino, junto con Messi, Maradona, Fangio, Ginóbili, Vilas, Monzón, Sabatini, De Vicenzo, Aymar y más. ¿Qué se siente? –Son datos de color. Ellos han sido leyendas de nuestro deporte. Como Leo, que sigue siendo nuestro embajador en el mundo y consiguiendo cosas increíbles. Soy un agradecido. Por el tenis viví las experiencias que tuve, pude conocer a atletas extraordinarios y poder hablar de igual a igual.
–¿Necesitabas un último partido de celebración para sonreír en vez de llorar? –Sí. Mi retiro fue forzado; no fue deseado ni buscado. Conté hace dos años que estaba en un proceso de entender cómo es la vida sin el tenis, porque me cuesta, es la verdad. Hoy me sigue costando. Ahora estoy entrenando para el partido y veo que no perdí potencia, que el drive sigue andando bien y me viene a mi cabeza decir: ‘Tendría que estar en otro lado en este momento o con otra vida de la que estoy llevando’. Ahí es donde hay una lucha que tengo a diario en lo emocional, psicológica y cuando salió lo del partido en Buenos Aires… Hasta la semana previa a mi último torneo tenía la ilusión de volver a jugar, dando un mensaje: ‘Voy a volver al tenis. Me está costando, pero lo estoy intentando’. Y dos días antes [del partido con Delbonis] hablo con mi equipo y le digo: ‘No puedo volver a jugar porque no puedo correr’. Ellos sabían bien el esfuerzo que estaba haciendo; estaba muy medicado, haciendo muchos tratamientos para intentar calmar el dolor y les comuniqué que probablemente iba a ser el último partido de mi carrera. Cuando hice la conferencia de prensa [para anunciarlo], a la noche dormí por primera vez en dos años como nueve horas de corrido. Sentí que me había quitado una gran mochila que venía padeciendo. Esto de: ‘Che, Delpo, ¿volvés? ¿Cómo estás? ¿Te vamos a ver?’. Ese día fue: ‘Hasta acá llegué’. Se dio una despedida muy emotiva, pero creo que mucho más triste que feliz. Y este momento [la exhibición] lo venía postergando. Tenía ideas, propuestas, pero siempre dije que no porque aquello había sido muy movilizante y no estaba preparado. Lo postergaba y lo postergaba… hasta que un día apareció esta idea y fue: ‘Bueno, ¿con quién te gustaría?’. Ahí se me vino enseguida el nombre de Nole por la amistad que tengo con él y porque sé que entiende bien mi situación, todo lo que yo pasé en mi carrera, entiende bien la situación personal y actual en la que estoy. Fue un llamado, una reunión, una cena, ponernos al día y su palabra fue: ‘Delpo, contás conmigo para lo que te pueda ayudar’. –¿Cómo fue esa charla? –Hasta antes del último Miami Open él tenía rumores, se corría una pequeña noticia, pero hacía mucho que no nos veíamos. Un día en Miami me dice: ‘Delpo, sé que estás acá, quiero que vengas a cenar y charlemos’. Obviamente cancelé todos mis planes y fui a cenar. Era una alegría volver a verlo y tuvimos una charla increíble, hablando de la vida, de los partidos, de los jóvenes, de Alcaraz y de Sinner… Fue una charla espectacular que en competencia nunca hubiéramos imaginado. Son cosas lindas que te da el tenis una vez que ya no estás ahí peleando por los puntos. Y después de horas de charla y entrando más en confianza, dijo: ‘Bueno, contame de tu vida. ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo estás? Hay noticias que circularon, ¿son verdad, son mentira? ¿Cómo estás con eso?’. Después me dijo: ‘Bueno, vayamos al punto. ¿Es verdad que querés hacer tu despedida, jugar un partido en Argentina?’. Le dije cómo me sentía: ‘De una única manera que esto se lleve adelante es si vos tenés ganas de acompañarme ese día. Si no yo emocionalmente no voy a estar preparado para afrontar esto y tampoco estoy convencido’. Y me dijo, así, contundente: ‘Contá conmigo para lo que te pueda ayudar. Tengo Juegos Olímpicos, tengo Arabia [el torneo de exhibición], torneos, esto, lo otro, mi familia, pero de alguna manera te voy a acompañar en tu último rato adentro de la cancha’. Y para mí fue muy emotivo porque un tipo como él, con el calendario apretado que tiene, con las cosas que se juega semana a semana, las miles de ofertas que tiene de todo tipo, que haga un paréntesis y venga por un par de horitas a Argentina para estar conmigo y con la gente, que también lo ama, fue súper especial.
–Muchos jugadores lo ponderan por “embarrarse los pies”, por ser alguien cercano a los que no son top más allá de su estatus de leyenda y marcan una diferencia con Federer y Nadal. –Sí, yo creo que está marcada la forma de ser de los tres. Todo el tiempo se compara entre uno y el otro. Son distintos, pero de Novak sí puedo decir que es muy real, es muy cercano a cualquier jugador sin importar el ranking. Los otros también. Roger y Rafa son súper correctos, muy agradables y respetuosos con todos, pero él tal vez se involucró de alguna manera más y es un tipo muy espontáneo. Lo que se le viene a la cabeza lo lleva a cabo, sin tal vez pensar si es correcto o no hacerlo. Y esa naturalidad que él tiene sobrepasa su personalidad. Si él pensara las 24 horas quién es, lo que significa para el mundo del deporte, tal vez no tendría esa espontaneidad en un montón de actitudes. –Tu carrera tiene capítulos épicos y de resiliencia. Por un lado, superarlos te debió fortalecer, pero por el otro te habrá desgastado a niveles psicológicos extremos. ¿Cómo lidiaste con recibir una y otra vez preguntas sobre cómo estabas y cuándo volvías? –Sí, eso te va fortaleciendo, pero al final del día uno nunca se siente tan fuerte como todas las cosas que te pueden venir de golpe. Tuve muchas cosas al mismo tiempo. Y me creía una persona con personalidad fuerte, bien parada para afrontar cualquier cosa que se me pusiera en el camino, pero la verdad que ahora, en este último tiempo también aprendí que… ‘¿Saben qué? No soy tan fuerte como creía o ustedes me veían. ¿Y saben qué? Sí, lloro y no duermo y tengo ansiedad y a veces estoy deprimido’. Y de repente hago mucha más terapia de la que tenía que hacer porque no soy tan capaz de sobreponerme a ciertas cosas de la vida que me están tocando. Y hoy no reniego de no ser tan fuerte o sentirme un poco débil. Es lo que me toca y la voy llevando, a veces mejor, a veces peor. Tal vez desde afuera dicen: ‘Uh, a este pibe le tocó la muñeca, la rodilla, se le murió el viejo, este quilombo, aquel, quiso volver, no puede…’. ¡Ocho veces me operé la rodilla! Públicamente se sabían de cuatro o cinco, pero en privado me operé tres veces más. Y hoy lo que pido es poder subir una escalera sin dolor o poder ir a Tandil manejando, que son casi cuatro horas de auto; yo las hacía de taquito, pero hoy paro en Las Flores diez minutos a estirar las rodillas porque me duelen. Y eso es lo que pido para mi vida cotidiana. Imaginate: de lo que venía haciendo, luchando con Novak, Roger, Rafa, el top five, Grand Slams, el número 1 o lo otro… a tener que decir: ‘¿Cómo tengo que hacer para ir manejando a Tandil y que no me duela la pierna?’. Pasé ocho cirugías, vi a los mejores médicos del mundo, tratamientos, dietas, suplementación… no sé, cosas que decís: ‘¿Y si probás esta locura?’. Las probé por dos ya, te lo puedo asegurar. Es una lucha diaria que sigo teniendo. Porque la verdad es que esa calidad de vida todavía no la logré. Escucho historias: ‘Este se puso una prótesis y camina, no le duele más la pierna’. Pregunto y me dicen: ‘Sí, bueno, pero a vos no porque tenés 36 años, tenés que esperar quince años más para ponértela’. Y es una charla que tengo con los médicos. Les digo: ‘¿Voy a esperar a tener 50 años, poder ponerme una prótesis y caminar para estar bien de los 50 a los 70? Si yo hoy no puedo subir una escalera. Decime la verdad’. Si a mí me dicen que desde esta edad y hasta los 50 puedo caminar bien, jugar un partidito con mis amigos, andar en bici… es un escenario que lo quiero elegir yo. Y un poco esto [el partido con Djokovic] fue para darle un cierre a lo que es el tenis y al sentirme un poco activo. Vendrán otros capítulos con el tenis, como en los que estoy metido ahora, pero este sí, es el punto final a todo lo que padecí. Mi foto final con la raqueta, al lado de Novak, va a quedar para toda la vida.
–¿Cómo siguió tu vida con los médicos tras el último partido? –A los diez días del partido con Delbonis estaba operado. Opté por hacerlo en forma privada, porque había ganado en tranquilidad tras haber dicho que sería mi último partido. La gente ya no me preguntaba: ‘¿Volvés?’. La gente se había olvidado de cómo estaba mi rodilla: me cruzaba en la calle y me decía: ‘¿Qué andás haciendo? ¿Vas a ver a Boca? ¿Vivís en Tandil, en Miami?’. Yo había corrido el foco de volver al tenis. Pero sin embargo seguía apuntando a mejorar la pierna para volver a jugar, obviamente… –El fuego interno lo seguías teniendo… –Lo seguía teniendo, obviamente. Ahora me pongo a pegar dos o tres drives y digo: ‘Uf…’. Prendo la tele y veo que Wawrinka llega a una semifinal, que Nishikori después de un año afuera sigue jugando y eran mis contemporáneos. Y digo: ¿Si ellos pueden, por qué no puedo yo?’.
–¿Te pasa eso al prender la TV? –Me pasa… antes me pasaba más porque realmente lo creía posible si me curaba de la pierna. Cuando fui al último US Open y me puse a pelotear con Novak, yo dije: ‘Guauuu ¡Cómo jugábamos!’. Porque me parecía increíble el nivel de tenis de él. Yo le decía: ‘Tirame fuerte, pero a mí, porque no te voy a poder aguantar’. Veía un ritmo y una velocidad de pelota… Y eso hoy lo veo tan lejos y digo: ‘Qué locura el nivel de tenis de estos tipos, lo buenos que son’. –Cuando Gabriel Markus luchaba por volver tras romperse una rodilla contó que llegó a ir a un brujo en una favela de Brasil. ¿Recurriste a medicinas no convencionales, a brujos? –De lo más tradicional y convencional hasta locuras. He probado todo y es el día de hoy que me siguen apareciendo amigos o conocidos que me recomiendan a uno o al otro. Hago como una búsqueda previa a lo que me quieren inducir para saber si está dentro de lo lógico o no, pero sí, sí, he probado de todo. He cambiado las dietas, la suplementación, la forma de dormir, cosas que se vienen de acá a cinco años, qué sé yo… Sin embargo, no me dio resultado. Después tengo a los médicos de la medicina tradicional que me dicen: ‘Este es tu diagnóstico y este es tu remedio’. ¿Y por qué no va? –¿Por qué? –Es la gran pregunta que como paciente me hago y no se puede resolver; es frustrante. ‘Esta es la lesión, es así y así, este es el tratamiento’, me dicen. ‘Bueno, perfecto, ¿pero por qué no me curo?’, pregunto. ‘Porque estás deprimido’, me dicen. ‘¿Ah, sí? ¿Y por qué en la resonancia sale que en la rodilla tengo una cosa rota? ¿Entonces soy yo o qué?’. He aprendido a conocer a los médicos: a la mayoría de los que traté los pongo en una lista de buena fe y que me querían curar de verdad y de corazón. Y más allá del resultado y de cómo estoy, fueron muy buenas personas y me han ayudado. –Mencionaste que ahora estás haciendo terapia. Cuando jugabas eras bastante cerrado a ese tratamiento. –La terapia es muy personal y, en definitiva, ¿qué es la terapia? Yo creo que es tratar de buscar el mejor bienestar personal, emocional, frente a lo que uno tiene que afrontar, ¿no? ¿Cómo lograba eso? En base al entrenamiento, a la dedicación que le ponía a lo que tenía que hacer y a mi preparación frente a un desafío. Yo me iba a dormir muy tranquilo y estando emocionalmente fuerte sabiendo que había entrenado como correspondía, que me había alimentado bien y que me había preparado de acuerdo al desafío que tenía enfrente. Eso me hacía generar una fortaleza que con algún profesional no sentía. Hablo de mi caso. He hablado con otros deportistas y uno meditaba, el otro comía, el otro se entrenaba un poquito más y cada uno iba por su camino. Pero sí, hoy en día, afuera de mi ámbito, que es el mundo del deporte, es: ‘Bueno, vení por esta avenida, que es la vida o los quilombos de la vida cotidiana’, y ahí yo sabía poco y nada. Pero me metías en un estadio o a jugar la final de la Davis, del US Open y ante 20.000 personas o con la gente que me criticaba, y yo lo resolvía, yo lo manejaba. Me afectaba, pero seguía adelante. Ahora sí la terapia me está guiando mucho más en este corredor que es más nuevo para mí. –El corredor de la vida. –El corredor de la vida, que es el más desafiante también.
–Hasta 2016, la Copa Davis era el único trofeo grande que el deporte argentino no tenía. Más allá de tus logros anteriores, ganarla y ser la figura te dio un estatus de perpetuidad. ¿Lo sentís así? –Fue la frutilla del postre a la carrera que ya venía haciendo. Nosotros [los argentinos] siempre buscamos esa Copa que falta o ver dónde se le puede exigir más a nuestros atletas porque lo queremos todo. Y tras tantas frustraciones con la Copa Davis, haberla logrado la puso en un escalón más especial y a mí, me dio, además de mucha felicidad, un gran alivio. Al día siguiente de haber ganado la Copa dije: ‘A partir de ahora duermo tranquilo’. –Lo reconociste a la mañana siguiente del triunfo con Croacia, al bajar al lobby del hotel en el que descansaban en Zagreb. –Exacto. Sí, sí, sí, me acuerdo. Realmente así lo era. Iba a jugar los Grand Slams o estaba en las semifinales o en otra final y eran otras emociones, otros nervios. Cuando era Copa Davis se venían cosas al cuerpo que no se vivían en el circuito. Por eso creo que cuando coronamos el torneo fue un mensaje 100% honesto. ‘Ahora voy a dormir tranquilo, de verdad’. Y a partir de ahí ya era caminar por la calle sabiendo que: ‘Díganme lo que quieran, no sé ahora qué me pueden machacar’. Ni siquiera había alcanzado eso con las medallas olímpicas, que para mí también era como colgarlas en la vidriera del deporte argentino. En el tenis te dicen: ‘Jugás para vos solo, no representás a la Argentina’. Y eso era algo que siempre trataba de luchar: ‘Juego solo, pero represento a la Argentina’. Cuando veías el cartel decía Federer-Suiza y Del Potro-Argentina. La gente tenía la obsesión con la Copa y, gracias a Dios, la pudimos lograr y entramos en la historia. Después la Davis mutó, hicieron miles de cambios, pero la Copa que había que ganar era con el formato tradicional y pudimos. –¿Qué tuvo ese grupo a diferencia de otros? –El grupo entendió muchos errores del pasado. Había humildad para escuchar diferentes opiniones. A mí me habían dado un lugar desde el que podía aportar experiencias pasadas diciendo: ‘Esto se hizo bien, esto se hizo mal, por acá recomiendo ir, esto habría que modificarlo porque cuando lo hicimos así no nos fue bien’. Y después había un líder que era (Daniel) Orsanic que, como capitán, reunía virtudes. El tipo logró entender cómo tenía que llevar al grupo. Nosotros éramos más o menos todos de la misma edad, nos conocíamos desde chicos, cada uno supo el rol que ocupaba. –Leo Mayer dijo que junto con Delbonis y Guido Pella se corrieron de los focos, en el buen sentido, y te dejaron en tu lugar de N° 1, con la responsabilidad que ello también genera. ¿Fue así? –Cuando prevalece la buena energía y el objetivo de todos es genuino, las cosas se acomodan naturalmente y así pasó. No es que: ‘Che, vos esto o aquello, yo esto’. Imagínate que todos terminamos jugando. Yo terminé jugando dobles, que en mi vida había jugado. Fede jugó singles. Jugó Pella en indoor. Leo lo mismo. En la final, Delbonis, que si veías quién tenía un juego más adecuado a esa superficie por ahí no era el más indicado, terminó ganando el punto definitivo. Eso se fue generando dentro del grupo: todos nos sentíamos preparados. Había que ganar la serie, había que salir campeón. Y después Daniel también tuvo la humildad para escuchar diferentes opiniones. Cada uno tenía sus propias experiencias en la Davis. Uno estaba más nervioso, otro tenía más presión, pero todo eso lo absorbía el capitán, lo iba manejando. El resultado final fue haber salido campeón porque todas esas bases estaban bien armadas. –¿Para vos, ganar la Davis fue comparable con el gesto posterior de Messi en Qatar tras obtener el Mundial? Aquel del ‘Ya está’. –Sí, sí. Fue haber coronado lo máximo y ese día inolvidable… Celebré mucho cuando gané el US Open, pero cuando ganamos la Copa Davis también fue un festejo muy lindo. –Hubo un tiempo en el que la Davis y toda su atmósfera, incluidas diferencias con colegas y la malicia de una parte de la prensa y de los hinchas, te afectó, no te permitió disfrutar de lo que generabas en el tour. A la distancia, ¿cómo lo viviste? –Obviamente que a veces me afectaba mucho, a veces no tanto, pero creo que es parte de la cultura nuestra de siempre exigirle al que la gente puede ver que puede conseguir cosas y tapar frustraciones, entonces lo tomaba así. Cuando era más chico me afectaba porque no lo entendía. Decía: ‘¿Por qué me dicen todas estas cosas a mí, si yo después voy y hago cosas increíbles en el circuito?’. Pero después vas aprendiendo y viendo que al final no era tan grande como uno lo sentía. Más allá de escuchar o recibir críticas al comienzo de mi carrera, me mantuve en una línea dentro del respeto con cualquier periodista, con cualquier persona, con cualquier jugador. Nunca me salí de esa manera de ser. Mi única manera de revertir situaciones era en base a trabajar, a esforzarme. Si la gente quería que ganáramos la Davis era porque nos veía capaz. Si no, uno no les pide a atletas, a Messi… todo el mundo quería que Messi ganara el Mundial y se lo pedían. Él sufrió mucho, toda su carrera. Iba por el mundo y recibía elogios como se los merecía, y después venía acá y se sentía más atacado. Lo pudo revertir cuando terminó ganando cosas con la selección. Y hoy se lo ve tan feliz, pero fue -en parte- por haber logrado cosas con la camiseta de Argentina. Son cosas que pasan en un país tan pasional como el nuestro. –¿Te arrepentís de algo o hubieras actuado de otra manera en alguna circunstancia o comunicación? –Sí, a veces pienso: ‘Bueno, al final, no todo es tan grave’. Por ahí dejaba que dijeran muchas cosas o me quedaba callado porque no le encontraba sentido a salir a cruzar comentarios. Me pasaron muchas cosas siendo chico. Entonces, cuando te vas formando y no tenés la capacidad ni la fortaleza de enfrentar situaciones que por ahí preferís, bueno… yo prefería tres o cuatro días de una amargura por comentarios maliciosos a dos semanas de enroscarme en una noticia trucha e ir contra eso, que era un desgaste de energía. Hoy estoy en otra situación de la vida, pero la gente también va madurando, va cambiando y si veo algo tal vez puedo decir: ‘Che, pará, ¿por qué decís esto, por qué esto? Te lo explico. Escuchame’.
Pasa el tiempo y no hay dudas. El drive de Del Potro fue uno de los mejores (y más violentos) de la historia del tenis. Alguna vez, el periódico The Wall Street Journal lo ilustró como si se tratara de “Godzilla noqueando un helicóptero”. “Para mí era súper importante saber que contaba con ese golpe y que los rivales… tenían un lugar al que era mejor no jugarme. Tenía mucha confianza en mí golpe; en el saque también. En el último US Open, estábamos en el vestuario con McEnroe, Djokovic, Alcaraz, estaba Tiafoe y Berrettini. Nos ponemos a charlar y le pregunto a Novak: ‘¿Quién le pegaba más fuerte, de verdad?’. Y Novak dice: ‘Perdón, chicos, pero Juan le pegaba más fuerte que ustedes’. Fue una anécdota divertida. Alcaraz tiene un gran drive; Sinner también. Pero si está diez puntos Novak… para mí sigue siendo el mejor”. –¿Qué te provocan Sinner y Alcaraz como líderes del tenis moderno? –Se está armando una linda rivalidad. Se puede convertir como la rivalidad de Sampras-Agassi. La gente, por ahí la lleva más al Big 3, pero para mí falta muchísimo para eso. Son dos tipos que hoy están por encima de la mayoría. Son dos animales, dos personas muy fuertes, muy rápidas. Creo que hay lindo tenis para ver en ellos por varios años y yo lo disfruto. Estoy en otra posición ahora. También estoy muy entusiasmado con mi academia de tenis en Miami [en Boynton Beach]. Cada vez que recibimos alumnos, me dicen: ‘Quiero tener tu drive’. Estoy ahí, metiéndole energía a eso y a poder crear buenos campeones. –¿En el futuro te ves entrenando a un profesional? –Me han ofrecido, me han llamado: ‘Che, ¿me querés entrenar o te gustaría ser mi coach?’. Y la verdad que después de tantos años viajando es una de las cosas que no… no tengo muchas ganas. Prefiero compartir momentos con los más jóvenes, que todavía tienen esa capacidad de poder aprender, escuchar, que te miran con otros ojos. Y creo que puedo ser mucho más útil, por lo menos en este momento de mi vida. –¿Cómo ves a la camada de jóvenes argentinos? A Báez, Cerúndolo, Etcheverry, Navone, Comesaña, Díaz Acosta… –Es una linda camada, es un lindo pelotón que se va empujando. Están ahí, más o menos en el mismo rango de edad. Hoy, hacer una carrera sostenida en el tiempo entre los 20, 30 o 50 del mundo es un carrerón. Todos tienen que tener esa ilusión de: ‘Bueno, no me quiero quedar en ese ranking. ¿Por qué no ir o soñar por algo más grande?’. El tenis está muy cambiante, está abierto, hay muchos que ya se fueron, así que esa ilusión la tienen que tener. –¿Te fuiste del tenis con alguna cuenta pendiente? –Yo quería ser número uno. Y sentía que lo podía hacer. Pero me rompí la rodilla. Fue un honor haber hecho mi carrera al lado de tantos grandes. Algunos dicen: ‘No, bueno, a vos te tocó la peor época’. Ferrer, tal vez, hubiera ganado dos o tres Roland Garros, pero estaba Rafa. Y si le dicen: ‘¿Querrías jugar en otra época o perder con Rafa en la final de Roland Garros?’, estoy seguro de que diría: ‘Yo elijo lo segundo’. Y a mí me pasa lo mismo. A veces pienso cuál fue el partido más importante que jugué con Roger y lo gané. El partido más importante que me tocó jugar contra Murray puede ser la final de los Juegos Olímpicos [Río 2016], pero el otro puede ser la semifinal de la Davis [2016] y también gané. Y con Novak me pasó lo mismo. Me quedó la espinita de no repetir en el US Open [2018], pero fui a Serbia y ganamos [semifinales de la Davis 2011] y los Juegos Olímpicos [primera ronda de Río 2016] él no se lo olvida más, cuando también gané. Entonces, me voy a dormir tranquilo.