Martes, 30 abril 2024
El escritor recibió el nombre del hermano fallecido que lo precedía: además de su tormentosa relación con su padre, sufrió depresión y tuvo ideación suicida.
Ernesto Sábato escribió tres novelas.
La obra narrativa de Ernesto Sábato le permitió consagrarse como uno de los mejores escritores argentinos de la historia. Sin embargo, también tuvo un rol clave en la conformación de CONADEP tras el final de la cruenta Dictadura Militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 y contaba con conocimientos profundos en física, rubro que le permitió estudiar en el prestigioso MIT estadounidense. La trayectoria del literato, de cuya muerte se cumplen 13 años, estuvo marcada por una tragedia familiar que cargó desde pequeño.
Ocurre que el oriundo de Rojas, que nació el 24 de junio de 1911, fue el décimo de once hijos y recibió el nombre que le correspondía al hermano fallecido que lo precedía. En el libro de memorias “Antes del fin”, el artista llegó a explicar que aquella circunstancia hizo que su existencia fuese “más dificultosa”. A su vez, tuvo una infancia compleja: “Dejó huellas tristes y perdurables en mi espíritu”.
Por supuesto, el todavía estudiante encontró el amor de la mano de Matilde Kusminsky Richter, que lo acompañaba a las reuniones de la juventud comunista y anarquista hasta que se sumó a las filas del partido rojo en 1933. De todas formas, ante las dudas crecientes por el régimen impuesto por Iosef Stalin, se negó a viajar a Rusia temiendo un posible encierro en un gulag y sufrió tres crisis existenciales en su recorrido por París.
Matilde lo convenció de publicar varios de sus libros.
Las tres crisis existenciales que acercaron a Ernesto Sábato a la literatura
En primera instancia, se alejó de la ideología que había adoptado. Luego, al acercarse al movimiento surrealista, abandonó toda pretensión de vivir de la ciencia, pese a que se le había concedido una beca para efectuar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie. Después de oficiar un tiempo como profesor en la cátedra de ingreso a Ingeniería en la Universidad de La Plata, se instaló junto a su familia en Santos Lugares.
Allí lanzaría su primer artículo vinculado a “La invención de Morel”, un clásico de Adolfo Bioy Casares; y publicaría su libro debut “Uno y el universo”, en el que criticaba la mentada neutralidad de la ciencia. De todos modos, no fue hasta que empezó a pergeñar “El túnel” de nuevo en la capital francesa, donde fue convocado para ocupar un cargo en la UNESCO, que su existencia daría un nuevo giro.
La ideación suicida se volvió moneda corriente y recién cuando regresó a su país natal pudo superar la depresión que lo aquejaba. Su segunda novela, “Sobre héroes y tumbas”, una de las mejores del siglo XX, no salió a la luz hasta 1961: su esposa lo convenció de publicarla contrarrestando la habitual práctica de Sábato, quien, disconforme con sus propios escritos, acostumbraba a quemar lo que había ideado por la mañana.
A 13 años de la muerte de Ernesto Sábato: de su rol en la CONADEP a su reclusión en su casa de Santos Lugares
La tercera y última obra de ficción fue “Abbadón el exterminador” y volvería a la escena pública en la década del ‘80, cuando el presidente Raúl Alfonsín lo convenció para que comandara la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que brindó el puntapié inicial, en conjunto con la investigación plasmada en el libro “Nunca más”, para que se llevaran a cabo los ejemplares juicios contra las juntas militares.
Ya en el ostracismo en su hogar situado al sur de la localidad de Tres de Febrero, sufrió la noticia de la muerte de su hijo Jorge Federico -exministro de Educación y Justicia- en un accidente de tránsito y se casó con Kusminsky en una ceremonia oficial. En el 2000, ya consumado el deceso de su mujer, lanzó el libro gratuito “La resistencia” a través de la página de Clarín y, casi una década después, fue nominado por tercera vez como candidato al Premio Nóbel.
Sábato tuvo un rol clave en la CONADEP (Foto: Presidencia de la Nación).
En la madrugada del 30 de abril de 2011, el corazón de Sábato latió por última vez: faltaban tan solo 55 días para que cumpliera 100 años y la causa de su deceso fue una neumonía derivada de una bronquitis, más allá de los problemas de visión que lo aquejaban. La pasión por la pintura, otra de sus tantas vocaciones, lo mantuvo enfocado en sus últimos meses. Su cuerpo, ahora, yace en el Jardín de Paz de Pilar junto a su pareja y a su primogénito.