Sabado, 17 junio 2023
Tres ciudadanos norcoreanos exponen la situación que viven dentro de las fronteras que el gobierno cerró hace más de 3 años: hambre, represión y ninguna oportunidad de salir.
La BBC se ha estado comunicando durante meses en secreto con tres ciudadanos norcoreanos que viven en el país. Exponen por primera vez el desastre que se desarrolla dentro de las fronteras que el gobierno cerró hace más de tres años: hambre, represiones brutales y sin oportunidades de salir. Sus nombres han sido cambiados para proteger su identidad.
Myong Suk está encorvada sobre su teléfono, tratando de hacer otra venta desesperadamente. Negociante con experiencia, está vendiendo cantidades minúsculas de medicina de contrabando para las personas que las necesitan con urgencia, apenas lo suficiente para poder sobrevivir. Ya la pillaron una vez, y apenas pudo lograr reunir la cantidad del soborno para evitar la prisión.
No puede permitirse que la pillen otra vez. Pero en cualquier momento puede haber un golpe en la puerta. No solo le tiene miedo a la policía, sino también a sus vecinos. Ya casi no queda nadie en quien pueda confiar. Las cosas no eran así antes, el negocio de medicamentos de Myong Suk solía prosperar.
Pero el 27 de enero de 2020, Corea del Norte clausuró su frontera en respuesta a la pandemia, impidiendo que la gente, los bienes y los servicios puedan entrar al país.
Los norcoreanos ya tenían prohibido salir del territorio, pero ahora están confinados a sus poblaciones. Los trabajadores de la salud y diplomáticos se han ido. Los guardias tienen la orden de dispararle a cualquier persona que siquiera se acerque a la frontera. El país más aislado del mundo se ha vuelto un agujero negro informativo. Bajo el tiránico mandato de Kim Jong-un, a los norcoreanos se les impide comunicarse con el mundo exterior.
Con la ayuda de la organización Daily NK, que maneja una red de contactos dentro del país, la BBC se ha podido comunicar con tres personas comunes. Están ansiosas por contarle al mundo el impacto catastrófico que ha tenido el cierre de la frontera en sus vidas diarias. Entienden que si el gobierno descubre que han estado hablando con nosotros, probablemente serán ejecutados.
Para protegerlos, solo podemos contar algunas de las cosas que nos han revelado, aunque sus experiencias nos ofrecen un fotograma único de la situación que se vive en Corea del Norte.
Myong Suk
«Nuestra situación alimentaria nunca ha estado así de mal», nos dice Myong Suk. Como la mayoría de las mujeres en Corea del Norte, ella es la principal generadora de ingresos de la familia. Los míseros salarios que los hombres ganan en sus trabajos ponen a las mujeres en la situación de tener que buscar maneras creativas de hacer dinero para subsistir.
Antes del cierre de la frontera, Myong Suk se las ingeniaba para conseguir en China medicinas tan necesarias como antibióticos y las vendía en su mercado local. Tenía que sobornar a los guardias de la frontera, con lo que perdía más de la mitad de sus ganancias, pero ella lo aceptaba como parte del juego. Le permitía tener una vida cómoda en su pueblo en el norte del país, cerca de la inmensa frontera con China.
La responsabilidad de proveer para su familia siempre le ha causado algo de estrés, pero ahora la está consumiendo. Se ha vuelto casi imposible conseguir productos para vender.
Alguna vez, en medio del desespero, trató de ingresar las medicinas de contrabando ella misma, pero la atraparon y ahora está bajo vigilancia constante. Ha intentado vender medicina norcoreana en su lugar, pero hasta eso es difícil de encontrar hoy en día, lo que quiere decir que sus ingresos se han reducido a la mitad.
Chan Ho
En otra ciudad cerca de la frontera, Chan Ho, un constructor testarudo, tiene una mañana frustrante: «Quiero que la gente sepa que me estoy arrepintiendo de haber nacido en este país», se desahoga.
Otra vez se ha levantado temprano para ayudar a su esposa a prepararse para llevarla al mercado, antes de irse a su trabajo, en el sitio de construcción. Los 4.000 won que gana al día -el equivalente a US$4- ya no le alcanzan para comprar un kilo de arroz, y ha pasado tanto tiempo desde que recibió una ración del gobierno, que ya ni siquiera las recuerda.
Dice que los mercados donde la mayoría de los norcoreanos consiguen sus alimentos están vacíos, y que los precios del arroz, el maíz y los condimentos se han disparado.
Corea del Norte depende de las importaciones debido a que no produce los suficientes alimentos para darle de comer a su población. Al sellar la frontera, el gobierno cortó suministros vitales de comida, al mismo tiempo que la entrada de los fertilizantes y las maquinarias necesarias para cultivar.
Al principio, Chan Ho tenía miedo de morir por covid, pero con el paso del tiempo, se empezó a preocupar más por morir de inanición, especialmente después de ver que personas a su alrededor empezaron a morirse.
La primera familia en su aldea en morir de inanición la formaban una madre y sus hijos. La mujer estaba demasiado enferma para trabajar. Sus hijos trataron de mantenerla viva lo más que pudieron pidiendo dinero en las calles, pero al final murieron los tres. Después, se dio el caso de una madre a la que sentenciaron a trabajos forzados por violar las reglas de la cuarentena. Tanto ella como su hijo murieron de hambre.
Más recientemente, el hijo de un conocido de Chan Ho fue dado de baja del ejército por estar malnutrido. El constructor dice recordar cómo la cara se le hinchó de repente. En menos de una semana había muerto. «No puedo dormir cuando pienso en mis hijos, en que tengan que vivir para siempre en este infierno sin esperanzas», dice.
Ji Yeon
A cientos de kilómetros de distancia, dentro de la relativa afluencia de la capital, Pyongyang, donde bloques de apartamentos se alinean a lo largo del río de la ciudad, Ji Yeon usa el metro para ir al trabajo. Está agotada después de una larga noche de desvelo.
Tiene dos hijos y un esposo que dependen de las monedas que ella hace trabajando en una venta de comida. Antes, lograba sacar frutas y verduras a escondidas de la tienda, para después venderlas en el mercado, al igual que los cigarrillos que su esposo recibía como sobornos de sus trabajadores.
Con esa plata compraba arroz. Ahora le revisan las bolsas detenidamente cuando sale de la tienda, y ya nadie soborna a su esposo porque a nadie le sobra nada. «Han hecho imposible que tengas ingresos extra», dice.
Ahora, Ji Yeon pasa el día fingiendo que ha comido tres veces, cuando en realidad ha comido una. Ella puede pasar hambre, es mejor eso a que la gente sepa que es pobre. Todavía le atormenta la semana en la que le tocó comer puljuk -una mezcla de vegetales, plantas y pasto, que se tritura y queda como un puré.
Esa comida es sinónimo de uno de los momentos más oscuros de la corta historia de Corea del Norte, la hambruna que devastó el país en los años 90, quitándole la vida a más de tres millones de personas.
«Sobrevivimos pensando en los próximos 10 días, y después los 10 siguientes, con la idea de que si mi esposo y yo nos morimos, al menos podamos alimentar a nuestros hijos», dice Ji Yeon. «Es un desastre», agrega. «Sin la llegada de suministros, las personas no saben cómo ganarse la vida».
Dice que recientemente ha escuchado de personas que se suicidan en las casas y de otras que desaparecen en las montañas para morir. Dice deplorar la mentalidad despiadada que cobija a la ciudad. «No importa si se muere la persona que vive al lado, solo piensas en ti. Es desalmado».
La hambruna de los 90
Durante meses, ha habido rumores de personas que se mueren de hambre, lo que genera temores de que Corea del Norte pudiera estar al borde de una nueva hambruna. El economista Peter Wart, experto en el país, describe los testimonios como «muy preocupantes».
«Cuando las personas que se están muriendo de hambre están a tu alrededor implica que la situación alimentaría es bastante seria, mucho más seria de lo que pensábamos y peor de lo que ha sido desde la hambruna de los años 90″, expone.
La hambruna en Corea del Norte marcó un punto de inflexión en la historia relativamente corta del país y causó una ruptura en el rígido orden social. El estado, incapaz de alimentar a su gente, les dio pedazos de libertad para que hicieran lo necesario para sobrevivir. Miles salieron del país y encontraron refugio en Corea del Sur, Europa o EE.UU.
Mientras tanto, los mercados privados florecieron a medida que las mujeres comenzaron a vender desde semillas de soya a ropa usada y artículos electrónicos chinos. Nació una economía informal y, con ella, toda una generación de norcoreanos que ha aprendido a vivir con poca ayuda del estado: capitalistas sobreviviendo en un país comunista represivo.
Mientras los mercados empiezan a quedar vacíos al final del día, Myong Suk cuenta sus reducidas ganancias y se preocupa de que las autoridades vengan a por ella y toda esta generación capitalista.
Ella cree que la pandemia simplemente les dio a las autoridades la excusa de volver a ejercer control sobre las vidas de las personas. «Realmente han buscado atacar el contrabando e impedir que la gente se escape», dice. «Ahora, así sea solo por acercarte a la frontera con China, te imponen un castigo brutal».
Chan Ho, el constructor, también está cerca de alcanzar su límite. Dice que es el periodo más difícil que ha tenido que vivir porque aunque la hambruna fue difícil, no existían las represiones y los castigos.
«Si la gente quería escapar, no había mucho que el estado pudiera hacer», señala. «Ahora, es cuestión de que des un paso mal y te ejecutan». El amigo de su hijo vio varias ejecuciones recientemente, llevadas a cabo por agentes del estado. En cada instancia, murieron entre tres y cuatro personas. Su crimen era tratar de escapar.
«Si vivo de acuerdo a las reglas, seguramente me moriré de hambre, pero por tratar de sobrevivir podrían arrestarme, considerarme un traidor y ejecutarme», nos dijo Chan Ho. «Estamos atrapados aquí, esperando morir».
Antes del cierre de la frontera en 2020, más de mil refugiados norcoreanos llegaban a Corea del Sur cada año, pero desde ese entonces, solo se conocen unos pocos casos de personas que hayan llegado a salvo al sur.
Imágenes satelitales, analizadas por la ONG Human Rights Watch, muestran que las autoridades han pasado gran parte de los últimos tres años construyendo múltiples murallas, vallas y puestos de guardia para fortificar la frontera, haciendo que escapar sea casi imposible. Cada vez es más difícil siquiera contactar a alguien dentro del país.
Antes, residentes cerca de la frontera lograban hacer llamadas internacionales conectándose a redes móviles chinas con teléfonos chinos de contrabando. Chan Ho dice que ahora, en todas las reuniones comunitarias, se le pide a cualquier persona que tenga un teléfono chino que se entregue.
A un conocido de Myong Suk, lo atraparon mientras hablaba con alguien en China y tuvo que irse a un campo de re-educación durante varios años. Mediante la represión del contrabando y de las conexiones de la gente con el mundo exterior, el estado está quitándoles a los ciudadanos la habilidad de velar por sí mismos, dice Hanna Song, de la ONG North Korean Database Centre for Human Rights (NKDB).
«En un momento en el que la comida ya está escaseando, [el gobierno] tiene que ser completamente consciente del daño que esto va a causar», dice la experta.