Domingo, 04 junio 2023
El análisis de momias halladas en la zona arqueológica peruana de Cahuachi revela la relación más antigua de la cultura nazca con los estupefacientes
Hace miles de años la cabeza de un niño fue entregada como ofrenda divina en la costa del sur de Perú para adorar a los antepasados, llamar a las lluvias e implorar por la fertilidad de las tierras. Un sacrificio que podría haber servido como obsequio para el dios Kon, el origen de todo lo creado, o para la divinidad femenina que encarnaba la madre tierra, representada con pechos prominentes y envuelta en iconografía de animales y plantas: deidades destacadas de la civilización preincaica que sembró los geoglifos gigantes que todavía hoy se pueden apreciar trazados sobre las pampas de Jumana, en la actual región Ica, a 500 kilómetros al sur de Lima.
Antes de la cruenta decapitación, la pequeña víctima consumió cactus de San Pedro, una planta espinosa con fuertes propiedades alucinógenas. La evidencia queda desvelada por el análisis toxicológico de las muestras de cabello de las 22 momias halladas por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Varsovia (Polonia) en las imponentes ruinas del centro ceremonial de Cahuachi, lugar sagrado de la antigua capital de la civilización nazca.
La iconografía del período nazca tardío estudiada hasta la fecha, sumada al hecho de que la mayoría de las cabezas trofeo encontradas pertenecen a hombres adultos, sugieren que estos podrían haber sido asesinados en la guerra. Por el contrario, los resultados del estudio respaldan la idea de que las cabezas momias que datan del período temprano de esta civilización podrían haberse obtenido de víctimas sacrificadas ritualmente, en lugar de durante los conflictos bélicos que dominarían después esa región. “La aparición de la cabeza del niño nos cuenta que pudo tratarse de una ceremonia muy especial”, aclara Prieto.
Evidencias sobre la primera ruta comercial de plantas antiguas
La investigación arqueológica, publicada en la revista Journal of Archeological Science y parte del Proyecto Nazca, un programa arqueológico de larga duración que comenzó en 1982, también arroja nuevas pistas sobre la primera ruta comercial de plantas psicotrópicas en la región, cuyo consumo data del año 100 a. C. hasta el 450 d. C.
Las sustancias detectadas en el cabello de las momias, correspondiente a las plantas de coca y la planta Banisteriopsis caapi no son nativas de la región costera. Lo que respalda la hipótesis de que probablemente fueron transportadas a través de la Cordillera de los Andes, desde el norte de Perú o la región amazónica. Según sostienen los autores del estudio, las sustancias ingeridas durante los rituales fueron cambiando con el tiempo: mientras que la ayahuasca y la mescalina se volvieron menos favorecidas, el consumo de coca comenzó a ser más común después de que los wari, el primer Estado Imperial de Perú, conquistara Nazca alrededor del año 750 d. C.
“Si bien el nuevo hallazgo en Cahuachi indica que el uso de coca, un cultivo andino, no está presente en esta zona hasta que la cultura wari empieza a tomar relevancia en el territorio, pudo deberse a distintos fenómenos”, indica Prieto, para quien el desarrollo de esta civilización no se trató de una absoluta conquista sobre el pueblo nazca, “sino de una continua interacción entre estas dos sociedades, que se influenciaron mutuamente”.
El arqueólogo mantiene la sospecha de que la evidencia de coca en las muestras de algunas de las momias recién encontradas pudo deberse a la influencia de las prácticas que trajeron los habitantes de la sierra peruana.
“La gente de la costa no cachaba coca, una actividad que sí era común en las sociedades contemporáneas de la cordillera, que posiblemente, además de sus intenciones de expansión, tuvieron que enfrentar desafíos climáticos que los obligaron a migrar la costa suroeste, trayendo con ellos el hábito del masticado”, expone el experto. “No obstante, necesitamos más estudios de restos humanos para probar las distintas teorías de lo que sucedió con esta cultura”, matiza.
Cabezas trofeos para venerar a las dioses
La civilización nazca fue una sociedad jerarquizada desarrollada sobre la zona costera desértica de Perú. Una planicie azotada permanentemente por el sol y embebida en una extensa cuenca sobre la que este pueblo levantó el Centro Cahuachi. Conformado por pirámides de adobe y barro construidos sobre laderas de cerros, a este centro ceremonial acudía el pueblo preincaico con el fin de desarrollar sus actividades sagradas.
La disposición arquitectónica que todavía hoy se puede apreciar, donde se llevaban a cabo la veneración a los dioses, desvela a los expertos que esta construcción “se trató de una residencia temporal, en la que posiblemente solo habitaba una exclusiva casta sacerdotal”. “Todo parece indicar que los nazcas hacían grandes peregrinajes y procesiones durante ciertas épocas del año”, señala el especialista de la Universidad de Florida.
Tanto las condiciones áridas de la zona, que permitieron la conservación natural de restos humanos a lo largo de los siglos, como el elaborado proceso de momificación que desarrolló este pueblo prehispánico, han permitido que conozcamos más sobre su cultura. “El sacrificio humano consistía en un ritual complejo con distintos pasos de preparación. Después de seleccionar a las víctimas, había que prepararlas con una alimentación y un tratamiento especial para dar comienzo a la ceremonia”, explica Prieto.
La elaboración de los cráneos trofeos suponía un delicado proceso de curación de los restos. Una vez decapitada la cabeza y extraídas las entrañas, a las víctimas se les sellaba los párpados y la boca con espinas extraídas de acacias o del árbol huarango, especies endémicas de la región. “Lo que todavía desconocemos es cómo curaban la piel”, aclara el arqueólogo.
Como muestran las momias recuperadas por los científicos polacos, “a los sacrificados se les taladraba un hueco a la altura de la frente, por donde se pasaba una soga que después permitía amarrar el trofeo divino y exhibirlo colgado en lugares especiales”, cuenta Prieto.
En los distintos lugares de entierro, además de los restos humanos, los arqueólogos encontraron una variedad de objetos funerarios: vasijas de cerámica con figuras fantásticas, utensilios para tejer, una chuspa —la bolsa confeccionada con una vejiga de animal para transportar hojas de coca que todavía hoy usan los pobladores de la región andina de América del Sur— y distintos textiles. “Los nazcas elaboraban sus tejidos de algodón, decorados con hilos de lana teñida de llama o alpaca”, detalla Prieto.
Como no existen registros escritos de este período de tiempo, todo lo que se puede conocer sobre Nazca y otras culturas cercanas proviene de investigaciones arqueológicas. “Y cada nuevo estudio arroja algo de conocimiento para entender mejor cómo vivió esta civilización”, asegura el especialista.
La preservación de cuerpos momificados naturalmente en la cuenca de Nazca y zonas cercanas, junto con los cráneos trofeos, brinda la oportunidad de analizar qué plantas psicoactivas y con qué fines se usaban en la costa sur peruana. Los análisis toxicológicos y avances de la ciencia moderna permiten, además, comprender mejor la medicina antigua, la religiosidad de aquellos pueblos del antiguo Perú y la trazabilidad del consumo de plantas comerciales a larga distancia. Desafíos importantes que todavía entrañan tantos misterios en la historia prehispánica.
Hasta la fecha los equipos arqueólogos han podido recuperar más de 150 ejemplares de momias en los asentamientos territoriales que pobló la cultura nazca. “Pero, teniendo en cuenta la extensión territorial que habitó, todavía quedan muchísimos más secretos por descubrir de esta asombrosa civilización”, revela Prieto.